Cultura

La ruta 96

Luis Carlos Rojas García

Luis Carlos Rojas García

Escritor

Miedo, fue eso y no otra cosa lo que sintió Mariana cuando su Toyota Carina del 72 se apagó en medio de la nada en la ruta 96. Lo sintió porque al apagarse el motor escuchó la espeluznante consigna que le gritara su padre en una de las tantas ocasiones en las que ella, para no solucionar sus problemas, prefirió escapar a cualquier lugar.

—¡Algún día te vas a arrepentir de estar huyendo y cuando eso pase, vas a saber que no podrás regresar! ¡Te acordarás de mí Mariana!

Supo entonces que ese día había llegado y supo además que la muerte la esperaba con una sonrisa burlona de oreja a oreja, si es que la muerte llegase a tener sonrisa y orejas.

La temperatura para ese momento descendía de manera abrupta y ella, en medio de su desesperación, no se había percatado del informe meteorológico que avisaba desde hacía una semana que para esa noche del 31 enero de 1996 no era recomendable salir.

Como tampoco era recomendable discutir con su esposo y huir como alma que persigue el mismo diablo por las gélidas carreteras de Saint-Patrick-de-Montarville y mucho menos por esa ruta del demonio en donde no transitaba nadie.

Mariana respiró profundo y al exhalar se dio cuenta que el poco calor del vehículo había desaparecido. Si tan solo se hubiese detenido un instante antes de salir de su casa sin abrigo, sin celular, sin nada… si tan solo hubiese erradicado la mala costumbre… si tan solo el abrigo… si tan solo el celular… si tan solo.

Se recostó en la silla con la mirada fija al techo del vehículo. Sonrió, si bien era cierto que el golpe había sido fuerte al descubrir que su marido la engañaba con su secretaria, la misma mujer que ella misma le había presentado meses antes en su afán de ayudarla a conseguir empleo cuando recién había llegado al país, también era cierto que morir de esa manera era realmente estúpido.

Sin embargo, para ese momento ya nada importaba. La temperatura había descendido a menos cuarenta y dos grados y sabía que descendería más y que la sensación sería cruel.

Si salía del carro o si se quedaba en él igual, moriría congelada.

Estaba a más de cuarenta minutos de su casa por una ruta que a travesaba una colina gélida y sin rastros de vida.

Mariana cerró los ojos e imaginó lo que ya no podía solucionar. Los brazos de la parca se posaron alrededor de su cuerpo y con los párpados medio abiertos vio cómo su alma era arrancada de su cuerpo sin que lo pudiera evitar.

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