Vender el Alma al Diablo: Reflexiones sobre la Reconciliación y la Reparación en Colombia
La reciente imagen del presidente Gustavo Petro fundido en un abrazo con Salvatore Mancuso, exjefe paramilitar, ha suscitado un torrente de reacciones en Colombia. Esta escena, que se desarrolló en un acto oficial, no solo desafía la lógica política, sino que también genera un profundo dolor en quienes han sido víctimas de la guerra fratricida que ha marcado nuestra historia. ¿Es esta la reconciliación que anhelamos o simplemente una forma de “vender el alma al diablo”?
La reconciliación en Colombia es un concepto complejo, que involucra a un pueblo cansado de la violencia y deseoso de paz. Sin embargo, no debemos confundir esta necesidad con la falta de justicia. Un abrazo entre un presidente, quien ha sido un crítico acérrimo de los paramilitares, y un exlíder de estos grupos armados, puede interpretarse como una traición no solo a las víctimas, sino también a los principios de verdad y reparación que deberían guiar cualquier proceso de paz.
La paz no se construye sobre la amnesia ni sobre el olvido. El hecho de que Petro y Mancuso se presenten como “nuevos mejores amigos” ante un público que todavía llora a sus muertos es un acto que puede parecer como un intento de avanzar en el proceso político, pero, en realidad, lo que hace es abrir viejas heridas. Este abrazo simboliza la impunidad y la falta de reconocimiento a la dignidad de las víctimas, quienes siguen esperando justicia y reparación.
Es fundamental entender que la reconciliación es un proceso que debe incluir la voz de las víctimas. No se trata solo de integrar a los victimarios en la vida política del país, sino de garantizar que aquellos que sufrieron el peso de la guerra tengan su espacio en la narrativa de la paz. La falta de reparación adecuada y el reconocimiento del sufrimiento de las víctimas no solo perpetúan el dolor, sino que también alimentan la desconfianza hacia el Estado y sus líderes.
En conclusión, lo que vimos no es un símbolo de paz, sino una acción que puede ser vista como una rendición ante el pasado. Reconciliarse es necesario, pero hacerlo a expensas de las víctimas es inaceptable. La verdadera paz en Colombia debe ser construida sobre la base de la justicia, la memoria y la reparación. De lo contrario, nos arriesgamos a caer en la trampa de repetir nuestra historia, vendiendo nuestra alma a quienes han sembrado el terror en nuestro país.