Opinión

2020 de no olvidar

Nelson Germán Sánchez Pérez -Gersan-

Nelson Germán Sánchez Pérez -Gersan-

“Un año que viene y otro que se va…” corean la Billos Caracas Boys en uno de los clásicos que seguramente todos hemos escuchado por esta época de fin de año. Pero creo que será para muchos casi imposible olvidar este año 2020. Es más, pienso que es un deber de todos los que lo vivimos no dejar que se vaya de nuestros recuerdos.

Contrario a muchos, que puedan estar haciendo conteo regresivo al 31 de diciembre próximo, esperando que falten 5 pa’ las 12 para que se acabe el año, considero que es un deber moral que no dejemos borrar lo que el 2020 nos enseñó de golpe.

En primer lugar, nos dio una lección de humildad como humanidad, nos devolvió justo al puesto en la escala natural, que la soberbia de la ciencia y la tecnología nos habían nublado. Un virus invisible, minúsculo en su total expresión puso patas arriba la civilización y a tambalear sus imperios. Destruyó economías, colocó en jaque las democracias y las libertades individuales, exacerbó sentimientos humanos oscuros que se creían desterrados en nombre de los derechos, las igualdades y puso a prueba los avances.

Ya lo dijo Boaventura de Sousa, se requiere de una humanidad más humilde que entienda la defensa de la vida planetaria en su conjunto, por lo cual es menester adaptarnos a nuevas formas de vida como una necesidad para el bien personal y común. Por tanto, pensar en opciones distintas en la forma de producir, vivir, consumir y convivir a las que llevábamos hasta este año de consumismo y neococapitalisto extremos es parte del aprendizaje obligatorio.

El filósofo alemán, Hans Jonas, en el principio de la responsabilidad, también nos demuestra que la naturaleza nos devolvió justo a nuestras proporciones como un miembro más, como parte de y no como su dueño absoluto, para que podamos entender que nuestra inteligencia no debe servir solo como arma de dominación hacia ella si no como responsables de mantenerla viva y sana en todos sus componentes.

Así mismo, está claro que esta no es la última pandemia, si no la primera de muchas que se van a presentar en este siglo XXI y venideros por causa de nuevas enfermedades, en lapsos cada vez más cortos en su aparición. Basta con ver los más recientes estudios de centros de pensamiento e investigación de las corporaciones y universidades más prestigiosas del mundo para darlo por hecho. Se están preparando para ello.

Igualmente, que los poderosos de este futuro adelantado serán los más creativos, resilientes y capaces de entender la automatización, digitalización y virtualidad como parte de la cotidianidad laboral y de la vida misma, por una razón de peso: la desconfianza impregnada en nuestro subconsciente -que llegó para quedarse- sobre el contacto de varias manos sobre un mismo objeto, es decir, el toque-toque y no me refiero a lo que fuera la impronta de juego de nuestra selección Colombia, si no a la mortífera contaminación surgida del mano a mano, de cuerpo a cuerpo, en las cercanías.

Para rematar, los íconos de la modernidad como el juntarnos, el pensar que solamente estando apeñuscados se puede vivir o ser, también se derrumbaron. Las aglomeraciones como sinónimo de felicidad y vecindad hicieron agua. Eso de ser animales sociales por naturaleza como obligación cultural, quedó en entre dicho. La distancia como sinónimo de vida se impuso con la fuerza de los hechos. No en vano, quien tiene y puede, y así se está evidenciando en todo el mundo, está migrando a de nuevo a lo rural, al campo, a las pequeñas comunidades, a los espacios abiertos, no como un espejismo romántico para huir del estrés y descansar, si no como una nueva manera de simplemente poder vivir. Por eso, el precio de la tierra se comienza a encarecer de nuevo.

Hacer uso de la imaginación, darle valor al tiempo compartido, disfrutar de lo pequeño, gozar el caminar, recorrer, pasear, un buen libro, una buena cena, una conversa y lo cotidiano aumentaron su valía este 2020 y es parte de su aporte. Hasta la soledad adquirió un nuevo valor, lo mismo que a eso que se llama comunidad.

Por lo cual, educar en valores, en buenos valores, es la salida y una tarea fundamental en el hogar y el sistema educativo institucional. Como lo diría la filósofa Adela Cortina, es enseñar que debemos acortar la distancia entre las ideas y las creencias, porque en definitiva son estas últimas las que mueven el mundo. Ese mundo que aunque nos duele y nos resistamos obtusamente, este año 2020 nos cambió.  Feliz Año. Éxitos. Bendiciones. Y gracias por el privilegio de su tiempo.

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