Opinión

A propósito del regreso a la presencialidad

Omar Mejía Patiño

Omar Mejía Patiño

Columnista Invitado

La semana anterior en la Universidad del Tolima tuvimos la oportunidad de dialogar en un Consejo Académico ampliado con más de mil doscientos integrantes de nuestra alma mater, sobre la necesidad de retomar actividades académicas de manera presencial, sin lugar a dudas este escenario nos amplió la perspectiva y nos ha instado como comunidad a profundizar en las reflexiones sobre la complejidad del acontecimiento y el quehacer universitario. Por mi parte, compartiré algunas reflexiones personales.

Nuevamente nos enfrentamos a un reto, en el que, si bien no podemos dejar que el miedo nos paralice, tampoco podemos subestimar el comportamiento de las nuevas variantes del Covid y las desigualdades sociales cada vez más latentes.

Hay quienes sostienen que propiciar diálogos en las facultades fue un reversazo. Como profesor del área de humanidades y como rector, difiero de ello, pues las realidades universitarias son multiescalares y multidimensionales y desbordan las normativas de orden nacional y desde luego institucionales. Por ello, solo a partir del diálogo permanente y escalonado es posible identificar los aspectos que se deben corregir para implementar estrategias cada vez más próximas a las personas.

Las Universidades públicas en Colombia, como se ha debatido en diferentes escenarios, han afrontado una crisis cíclica de falta de recursos de la nación para sostener su crecimiento en materia de investigación, formación docente, internacionalización y calidad. El retorno a la presencialidad no es la excepción, pues si bien el gobierno nacional ha adelantado importantes esfuerzos para garantizar la inmunidad de rebaño, aún muchos jóvenes no han logrado acceder al esquema completo de vacunación y lo mismo sucede con el aspecto tecnológico, de conectividad y seguridad alimentaria.

La gratuidad en la matrícula académica es un avance significativo que logró evitar la deserción, en medio de la crisis humanitaria y que por supuesto también representó esfuerzos financieros de orden nacional, departamental e institucional. Nacional por medio del componente de Equidad de Generación E, del Fondo Solidario para la Educación y de otros programas de acceso y permanencia a la educación superior pública; departamentales, con el decidido compromiso del Gobernador del Tolima, Ricardo Orozco Valero, quien destinó una cifra histórica a la universidad pública para disminuir las brechas de acceso a la educación superior de los tolimense; e importantes ajustes presupuestales institucionales. Sin embargo, este sueño hecho realidad, no ha sido suficiente, pues en diálogos sobre el retorno a clases presenciales, se han identificado los grandes retos que tenemos como sociedad para alcanzar una educación de alta calidad, acorde a los contextos actuales.

Bien dice el adagio popular que ‘entre el dicho y el hecho hay mucho trecho’ pues llamar a clases presenciales en la actualidad, no es sólo emitir una resolución o un acuerdo, sino que representa redoblar esfuerzos, transformar muchos aspectos, trabajar mancomunadamente, y activar esa solidaridad y empatía tan proclamadas en medio de la pandemia, pues gracias a estas conversaciones se ha identificado que muchas de las personas que integran la comunidad universitaria están afrontando problemáticas emocionales, físicas, psicológicas y económicas que sobrepasan su deseo de retomar clases presenciales. Los casos varían entre no contar con dinero suficiente para regresar de zonas rurales a las ciudades a estudiar, hasta tener miedo a contagiarse, pues en medio de la pandemia se perdieron los seres más queridos, en el intento de retomar la vida social como antes la conocíamos.

Desde luego que son muchas las situaciones que la institucionalidad no alcanza a atender en esa Colombia profunda, en esa universidad pública profunda. Mi invitación nuevamente es a poner en común las diferentes perspectivas para tener una lectura holística de las circunstancias y antes de adoptar una postura radical, comprender las otras realidades, capacidades y alcances. La pandemia nos enseñó que una de las mayores virtudes es la flexibilidad y la adaptabilidad a los cambios, pues debemos reconocer con humildad cuando nos equivocamos y reorientar nuestro quehacer, pero también debemos ser conscientes de las limitaciones que tenemos y avanzar mientras las solucionamos.

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