Agosto sin centinelas
Agosto, el mes fundado en honor al Emperador Romano, Octavio Augusto tendrá varias particularidades en éste 2020. Ya no tendrá como siempre, el colorido abundante en su cielo que adorna con sus vientos traviesos. Los papalotes, las cometas, los barriletes, los volantines, las birlochas, las chichiguas (o como los quieran llamar) no surcarán los cielos en bandada, ésta vez porque ellos también harán parte del distanciamiento.
Empecemos por qué significa el mes. Agosto en latín Augustus, es el 8vo mes del año que recibe su denominación en honor al Emperador Romano, César Augusto, sucesor del recordadísimo Julio César. Augusto no solo pasaría a la historia por nombrar a un mes con su nombre, del que a la postre sería el calendario Gregoriano sino también por ser el monarca del antiguo Imperio Romano con mayor prolongación en su mandato (gobernó un total de 41 años entre el 27 A.C. hasta el 14 D.C.). Entre otras tantas cosas, que dejaría el nieto preferido del gran Julio César (nacido con el nombre de Cayo Octavio Turino), fue la ‘Paz Romana’ o ‘Pax Augusta’ que permitiría todos los ciudadanos Romanos, expandir su cultura por todo el Imperio, el inicio por supuesto de las ‘Lenguas Romances’ (descendientes del Latín) a través de la construcción de caminos, viaductos y otras construcciones arquitectónicas que elevaron la magnificencia del Imperio Romano. Tal fue su legado que el propio Senado Romano, heredaría el título de César y Augusto a todos sus sucesores y por supuesto, bautizando el mes de Sextilius con su nombre (como había pasado con el Quintilius en honor a su tío, Julio César –Julius-).
En éste “Mes de los Emperadores” conspiran la vida, el planeta y los traviesos vientos alisios (que vienen de la esquina noreste de la Antártida) para colarse entre las montañas Colombianas y permitirle a grandes y chicos, levantar diferentes artefactos que parecieran ‘gobernar’ el Cielo con su vuelo, colorido y velocidad intempestiva, tal y como lo hiciera el gran César Augusto en Roma. Aquí es donde vamos a la segunda parte de éste artículo.
Al otro lado del mundo –de donde también llegan pandemias- durante la dinastía Chunqiu, famosa por crear la ‘Muralla China’ (según dicen, la única construcción humana vista desde el espacio) surgió la legendaria ‘Cometa’. Sobre el 453 A.C. cuenta la leyenda que un Chino llamada Muo Di se pasaba horas enteras viendo volar a las distintas reinas del cielo; aquellas aves de rapiña que pasaban por su ventana, cazando incautas palomas, gaviotas o ardillas como las águilas y los halcones.
Precisamente éste segundo animal hizo que quisiera crear un artefacto simulando el vuelo de ésta majestuosa ave. Ya que los Halcones volaban sin mover las alas (impulsados por las diferentes corrientes de aire), pasó lo mismo con el aparato en cuestión; 3 años de trabajo, intentando recrear el vuelo, tomarían 3 días de gozo para el humilde carpintero, que al fin podría ver su obra surcar los cielos. Siguiendo la ley Parmenidiana donde toda idea adoptada siempre se transforma, Lu Ban creó otro artefacto similar al de Muo Di gracias a su arte en la carpintería haciéndola más ligera gracias a un armazón de bambú, ésta vez haciéndole un homenaje al Águila.
Al caer bajo los ojos del Emperador Qin Shi Huang, les daría un uso visionario conforme a sus fines de expansión. Primero como elemento distractor ante las hordas enemigas y también como rastro viajero para que sus ejércitos tuvieran una forma más eficiente de calcular las distancias. Así como la nostalgia que llevan también las Águilas y los Halcones cuando surcan el cielo, las cometas se encargarían de llevarse las enfermedades, los malos pensamientos y las frases de mala suerte, dado que muchos las elevaban con frases escritas precisamente con éste fin y al verlas perderse en el horizonte, cortaban el hilo que las mantenía a tierra para librarse de su penar.
Gracias a Marco Polo, quien abriera las ‘Rutas de Seda’ en el Siglo XIII D.C. llegarían a nuestro país, tras el “descubrimiento de América” a finales del Siglo XV. Aquella tradición que surgió desde China y le dio la vuelta al mundo, nos traen en éste mes la posibilidad de evocar recuerdos de infancia, especialmente para los que vivimos en Ibagué, al mencionar paradas icónicas como el Cerro de Pan de Azúcar, el Cerro de la Martinica, el mirador de Ambalá, las planicies del Aeropuerto o por qué no, el antiguo lote del barrio Jardín –en Homecenter-; eso sí, para no echarnos a la gente encima, el famoso ‘potrero’ que divide la avenida Pedro Tafur de la I Etapa de la Ciudadela Simón Bolívar. Más allá de estar encerrados, cuando el viento roza nuestras caras y vemos las aves libres en el cielo, evocamos también la niñez y los buenos valores que dejamos ir en aquellos artefactos coloridos que nos dibujaron una sonrisa o quizás nos robaron una lágrima (porque elevamos con ellos, la memoria de un ser querido o por qué no, algún recuerdo de la tierra a la que queremos volver).
En éste tiempo más que lamentarnos porque no veremos a éstos centinelas que custodian nuestro cielo Ibaguereño o cualquier lejanía de la provincia Tolimense, deberíamos pensar en todo lo que dejamos ir por compartir ésta tradición con nuestras familias: En cuantos hermanos o amigos dejamos ir sin darle un abrazo; en cuántos besos en la frente les negamos a nuestros padres y abuelos; en cuántas llamadas no hemos hecho a ésa persona que amamos.
Desde el confinamiento y soledad, con ganas de elevar una cometa, otro amigo suyo que desea ser libre nuevamente.