Amores Prohibidos, Imperecederos y Trágicos
“El diablo es rubio y en sus azules ojos dos estrellitas encendió el amor, con su corbata y sus calzones rojos, el diablo me parece encantador.”
Frida Kalho
El fin de semana pasado se celebró en casi todo el planeta el “Día de los Enamorados” (Día de San Valentín) y, en contraposición, dos días después, se conmemoró el “Día de los Amores Imposibles”, es decir de todos aquellos no correspondidos, prohibidos o platónicos que resultan más retadores, emocionantes, atractivos y peligrosos que los anteriores, y que, para aquellos que lo han sentido, producen una cuasi sensación de asfixia muy bien representada por la artista belga René Magritte, en su obra ”Les Amants”, al comienzo de este artículo.
La historia está llena de esta clase de amores. Ya en la Iliada, en la segunda mitad del siglo VIII a. C., Homero hacia apología del amor prohibido en la historia de Paris, príncipe de Troya y quien era llamado “el de hermosa figura” y Helena, la mujer más hermosa del mundo, quien gobernaba junto con su esposo Menelao, Esparta.
El príncipe troyano, aprovechando la ausencia de su esposo, y como era común en esta época para la realeza, la tomó para si mismo, raptándola. Sin embargo, esta versión ha sido desafiada, y es conveniente para el tema que estamos tratando, creer en la opinión del historiador Heródoto, del siglo V a.C., quien estaba de acuerdo con Estesícoro (gran poeta griego de la época) en que Helena probablemente no había sido secuestrada en primer lugar, sino que había abandonado a su marido espartano, Menelao, para huir con su amante troyano.
Urna con rapto de Helena que se encuentra en el Museo Gregoriano Etrusco en Ciudad del Vaticano. Data del 150 – 100 a.C.
Lo que sí es cierto, es que Paris y Helena huyen hacia Troya lo que a la postre causaría una descomunal guerra entre griegos y troyanos, ganada por los primeros, con la famosa estrategia del gigante caballo lleno de soldados, lo que concluyó con el desafortunado regreso de Helena con su marido y el trágico asesinato del príncipe.
Y si de amores prohibidos se trata, son aquellos proferidos por personas del mismo género los que más escándalo y murmuraciones han levantado. Y de todos el que se podría llevar el premio al más provocador es sin dudas el del escritor Oscar Wilde y “Bosie”.
En 1891 Wilde conoció a quien sería su martirio y perdición. Lord Alfred Douglas, “Bosie” para los amigos, era un joven atractivo de 21 años de edad, rubio y con unos ojos azules matadores, que contrastaban con su personalidad lánguida, egoísta, vanidosa, frívola y hasta malvada.
Wilde, de 37 años, no pudo resistirse a la tentación, dejándose llevar por el galán a un mundo de prostitutos, chantajistas y jóvenes lumpen. Bosie no tenía reparo en gritar en público a su amante, no lo dejaba trabajar, demandaba su atención permanente, era, lo que podría llamarse, una relación tóxica.
La relación de Bosie con su padre no era mejor, disputa que se trasladó a Wilde quien fue acusado por éste de “hacerse pasar por sodomita” con su hijo. Con múltiples pruebas en su contra entre las que se contaban cartas demasiado fogosas, en dos meses juzgaron dos veces a Oscar Wilde, acudiendo a la testificación de chulos, chantajistas, camareras de los hoteles donde las sábanas dejaban, con sus manchas, fe de las relaciones homosexuales. Con todo esto, Wilde sería declarado culpable y condenado a dos años de trabajos forzosos.
Desde la cárcel, Wilde escribió a Bosie una carta, “De Profundis”, en la que reconocía que ese amor le arruinó la vida. El juicio lo llevó a la bancarrota, a la cárcel y a la vergüenza. Perdió su fortuna, su reputación y su vida. La madre de Oscar murió mientras cumplía condena. Su mujer se cambió el nombre y le arrebató la custodia de sus hijos. Pero, sobre todo, Oscar le recriminaba a su amante que no le escribiera ni fuera a verle a la cárcel ni una sola vez:
“Querido Bosie: Después de larga e infructuosa espera, he decidido escribirte yo, tanto por ti como por mí, pues no me gustaría pensar que he pasado dos largos años de prisión sin recibir de ti ni una sola línea, ni aun noticia ni mensaje que no me dieran dolor.
Nuestra infausta y lamentabilísima amistad ha acabado en ruina e infamia pública para mí, pero el recuerdo de nuestro antiguo afecto me acompaña a menudo, y la idea de que el aborrecimiento, la amargura y el desprecio ocupen para siempre ese lugar de mi corazón que en otro tiempo ocupó el amor me resulta muy triste; y tú mismo sentirás, creo, en tu corazón que escribirme cuando me consumo en la soledad de la vida de presidio es mejor que publicar mis cartas sin mi permiso o dedicarme poemas sin consultar, aunque el mundo no haya de saber nada de las palabras de dolor o de pasión, de remordimiento o indiferencia, que quieras enviarme en respuesta o apelación.”
Wilde salió enfermo y acabado de la cárcel. Al principio no quiso volver a tener contacto con Bosie, pero éste amenazó con suicidarse si no lo volvía a aceptar, a lo que Wilde sucumbió. A los cuatro meses se reunió con él, pero al encontrarlo derrotado, Bosie finalmente lo abandonó. Las palabras de un brillante y adolorido escritor en su postrimería reflejarían para el porvenir el dolor y frustración de aquel momento:
“Cuando mi dinero se terminó, se fue. Es, por supuesto, la más amarga experiencia de una amarga vida.”
De los amores imposibles, el de Frida Kahlo y León Trotski podría ser la prueba que demostraría que estas relaciones prohibidas, en muchos casos se encuentran predestinadas a existir. De qué otra manera podríamos explicarnos que una mujer que representa el más puro y notable feminismo hubiese coincidido en lugar y hora con quien fuera uno de los más importantes líderes comunistas revolucionarios rusos. Pintora y escritor; artista y racionalista; ambos ateos, ambos casados, ambos rebeldes.
Él con 58 años y ella con 29, Frida junto con su esposo Diego Rivera, eran partidarios de la ideología marxista y compartían los valores de la revolución rusa en la que Trotski había sido una pieza clave hasta la muerte de Lenin. Con el ascenso de Stalin al poder, Trotski fue perseguido teniendo que exiliarse mientras su partido comunista ruso se dividía en dos corrientes: los estalinistas y los trotskistas.
Convencido que, con la muerte del líder, se disiparían sus seguidores, Stalin estaba decidido a asesinar a Trotski, lo que a la postre conseguiría. Fue Diego Rivera quien convenció al presidente mexicano Lázaro Cárdenas de ofrecerle asilo político a Trotski en México, quien al poco tiempo llegaría junto a su inseparable esposa Natalia. Rivera estaba enfermo y hospitalizado. Así que quien recibió al matrimonio fue Frida Kahlo.
Fue amor a primera vista. Trotski sedujo a Frida y ella se dejó seducir justificada por el reciente affaire de su esposo con su hermana Cristina.
En el libro “Los amantes de Coyoacán”, el escritor francés Gerard de Cortanze nos invita a fantasear con la escena:
“Imagine a dos ‘monstruos sagrados’. Frida, de una belleza terrible, diabólica, tan intensa, tan creadora, tan viva, tan rebelde, moderna, devoradora y frágil. Trotski: el hombre de la revolución del 17, que dirigió a los 5 millones de hombres del Ejército Rojo, que vive desde hace tantos años una vida errante”.
Trotski y Frida se comunicaban en inglés, idioma que Natalia no dominaba. Se encontraban a escondidas en la casa de la hermana de la artista, y el político deslizaba notas de amor en los libros que le prestaba a la mexicana para que los leyera cuando se separaban.
Extracto de una carta de Trotski a Frida
“Frida, amada, Al contemplar esta noche tu rostro de cervatillo, he descubierto que jamás conseguiré hacerte a un lado de mi cabeza no se diga de mi corazón. Arde mi sangre como una lámpara votiva al lado de mi mesa, y es como un cerrojo (parte ilegible en el original) una noche en Colloacan (sic). Dejo este papel debajo de tu puerta. Y debo volver a aclarar que no hubo diferencias entre nosotros. Ni la espina dorsal abre un surco insalvable en los hemisferios de una espalda. Me cuesta precisar en cualquier caso, tal vez por mi alma eslava, si ese espacio abierto entre nosotros podrá cerrarse y cicatrizar (…) Te amé desde siempre y a escondidas. Me encontraba dueño de un juego de principios en los que me arrellanaba como un castor, y esquivaba el fantasma de tu bigote, tu porte de soldadera y esa sed de besos capaz de (parte ilegible en el original).”
Frida le regaló a su inquilino un autorretrato que él colocó en su estudio. El romance clandestino se iba mostrando a su alrededor haciéndose imposible de ocultar.
Con el descubrimiento de la esposa de 34 años de matrimonio y su ultimátum: “es ella o yo”, Trotski no tuvo más camino que comenzar a extinguir el fuego, lo que apuro cuando recibió de Rivera, quien también ya se había enterado del affaire entre su esposa y el líder revolucionario, un macabro regalo el Día de los Muertos: una calavera con la palabra “Stalin” escrita en la frente. Frida estaba en gira con su exposición en Nueva York y París.
Al regreso de Frida, el revolucionario y su esposa ya habían abandonada la casa donde los habían acogido los artistas y se habían mudado a otra en donde sufrirían dos atentados, el segundo de los cuales acabaría con la vida de Trotski tras apuñalarlo con un pica hielo.
Curiosamente tras el fallecimiento de Trotski, las referencias al comunismo crecieron en las pinturas de Frida Kahlo, hasta el día de su muerte.