Opinión

Compasión guiada: ¿Ayudamos por convicción o por influencia social?

César Pereira

César Pereira

Columnista Invitado
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En un mundo hiperconectado, donde las redes sociales nos bombardean con imágenes de ayuda y solidaridad, me pregunto: ¿nuestro deseo de ayudar es genuino o está influenciado por lo que vemos en la pantalla? Hoy, desde mi exilio autoimpuesto, quiero reflexionar sobre la compasión guiada, ese sentimiento que nos mueve a actuar, pero que a veces parece más una reacción que una convicción.

Antes que nada, me confieso; y no es alegando una situación religiosa que estoy adaptando a mi situación particular, sino una originada desde un exilio autoproclamado, pero necesario en este momento de mi presente. Un presente que cambia y adapta nuevos sesgos que me permiten hacer o deshacer este escrito. Agradezco a la vida y a esas personas que me pusieron aquí por devolverme las ganas de vivir con paciencia. A ellas, gracias.

Quiero dar forma a este escrito (como una manera de iniciar ese algo: intención, acción y todos los sinónimos que eso conlleve) trayendo ante ustedes, y en forma individualista, las palabras de Lao Tse, escritas, dictadas o susurradas en su tiempo en el famoso libro de sabiduría oriental Tao Te King, el cual recomiendo inmensamente a cualquiera que pueda leerlo y comprender, desde lo abstracto y complicado de su lectura, la facilidad de la misma. Por eso es fácil y difícil al mismo tiempo, una dualidad, como diría el mismo Lao Tse: “Un viaje de mil millas inicia con el primer paso”, y mi paso aquí, luego de tantos renglones, es: el servicio del espíritu a la orden del espectador. Confieso que me costó encontrar una palabra para poner después de “servicio del”, pero para la ocasión sentí en mi interior que fue la correcta.

Por estos días he encontrado en mis redes sociales una explosión de personas que ayudan a otras: abuelos, comerciantes, emprendedores y demás personas del común de las calles de nuestra hermosa tierra, la que tanto extraño y a la que deseo regresar. Y por ese mismo ‘deseo’ me martirizo. El gran Buda lo manifestó hace tantas épocas en sus pláticas de reflexión profunda acerca de la liberación o, como muchos otros referentes de la filosofía también lo han mencionado: el deseo es, a su vez, una fuente de tormento. (Ya lo dije al inicio, es una confesión).

Partiendo de esa fuente de energía creativa, como lo llamó Nietzsche el pensador (no me interesa tocar otra fuente personal del mencionado), ese deseo de ayuda puede ser bueno o no serlo. Aquí la interpretación de la verdad es personal, sabiendo que la verdad es eso: una interpretación. Pero esto me deja muchas incógnitas, tanto personales como sociales, y para describir las personales tengo que citar la Biblia: Hechos 20:35: “Hay más dicha en dar que en recibir”. ¿Qué recibimos nosotros como espectadores? ¿Qué reciben las personas que realizan la acción? ¿Y qué recibe quien recibe la atención? Probablemente, todas las emociones, estados y sutilezas del pensamiento serán diferentes en cada contexto, pero quiero dejar plasmado el mío y por eso escribo aquí hoy.

Todo esto me hace experimentar una compasión guiada, y aquí espero no caer en los malentendidos de las letras y los dobles sentidos. Digo “compasión guiada” porque me despertó un estado mental que, según las grandes mentes humanísticas, debe estar siempre encendido: el ayudar a los demás. Como lo dijo y plasmó el mismo Jesús de Nazareth en el Nuevo Testamento: “Hacer con los demás como me gustaría que lo hicieran conmigo” o, como lo menciona en un sentido contrario pero que, al final, es igual el confucianismo: “No hacer a los demás lo que no quieras que hagan contigo”.

Entonces, ver en redes esas muestras, testimonios o ficción generalizada ataca en lo más profundo de mi pensamiento autocrítico la idea de que estamos para ayudar a los demás y no para pensar de manera individualista. Aquí menciono de nuevo a los pensadores sin caer en el fanatismo: Lao Tse habla de un todo que no podemos comprender, sin forma pero que da forma a lo existente, que no hace nada y no deja nada sin hacer. (Claro que aquí debo mencionar que son palabras de hace más de 2,500 años de antigüedad). Y que todos estamos conectados a ella sin importar nuestro pensamiento, manifestándose cuando servimos a los demás.

Hace no tanto tiempo me incorporé a la lectura y audiolibros de un escritor, conferencista, doctor, etc., el señor Wayne Dyer, quien, como muchos otros personajes de la historia, ha llegado hasta Lao Tse para descubrirse. Él adapta estos manifiestos del Tao a una forma más actual y menciona que esa energía infinita nos tiene ese mismo infinito preparado, pero que todos nos desconectamos al no saber cómo ‘pedir’. Menciona que siempre pedimos desde la escasez y, por ley de atracción, es lo mismo que nos llega. Siendo sincero, nunca lo pensé de esa forma; tenía mi sesgo espiritual muy anclado en esa visión, o peor aún, ni sesgo tenía.

Menciono todo esto porque quiero entender desde muchas miradas el porqué de ese sentimiento social de querer ayudar cuando vemos en las redes sociales la acción, o, como ya mencioné, con la compasión guiada por otras personas y no la propia. ¿Acaso es la finalidad de la red social, del creador del contenido, de la vida o de mi percepción? Ante todo esto, me doy un portazo en la cara y decido cuestionarme: ¿Mi destino es como ente emocional o como cosa pensante, como lo describió René Descartes en su momento? ¿Estoy alineado? O, mejor visto desde otro punto: ¿Estoy preparado para ayudar sin ese juez interno que me dice que espere algo a cambio por la ayuda, confiado desde el ego y la reciprocidad social que eso conlleva? No lo sé. Mis sesgos son fuertes por el tiempo de mi vida individualista, pero están siendo cambiados por una fuerza interna que aún no sé cómo me habla y que día a día trato de entender. ¿Dios?

Punto de partida: La buena fe.

Parto desde mi buena fe al querer escribir sobre esos creadores de contenido que buscan ayudar o que, como un mal necesario en busca de un fin, hacen algo por ayudar y generan impacto. Podemos tomarlo de cualquier manera. Pero, al igual que miles de personas, me siento conmovido y han generado esa compasión guiada, que, al punto de estas letras, será mi título.

En un mundo donde las redes sociales nos muestran lo mejor y lo peor de la humanidad, la compasión guiada puede ser un puente hacia la acción auténtica. Pero, ¿estamos dispuestos a ayudar sin esperar reconocimiento? La respuesta, como siempre, está en nuestro interior.

Por mi parte, y desde la lejanía de mi tierra, les digo gracias. Gracias a ti que me lees y gracias a ellos, a quienes mencioné al principio.

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