El Macondo de la República Bananera
“Cuando José Arcadio Segundo despertó estaba boca arriba en las tinieblas. Se dio cuenta de que iba en un tren interminable y silencioso, y de que tenía el cabello apelmazado por la sangre seca y le dolían todos los huesos. Sintió un sueño insoportable. Dispuesto a dormir muchas horas, a salvo del terror y el horror, se acomodó del lado que menos le dolía, y sólo entonces descubrió que estaba acostado sobre los muertos.”
– Gabriel García Márquez – Cien Años de Soledad
A ocho días de la contienda electoral para elegir al presidente que nos gobernará por los próximos cuatro años, Colombia ha entrado en la realidad de Macondo descrito por García Márquez en su premiada obra cuyo nombre, como él mismo revelaría en 2002, “apareció en un viaje por tren cuando era un niño que apenas empezaba a leer, y se escondió en algún lugar de mi memoria”.
En la Colección General de Mapas conservada en el Archivo Central e Histórico de la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá reposa un mapa dibujado en 1928, año de la masacre de las bananeras, por encargo de la United Fruit Company, en el que se observa la ubicación de una hacienda llamada Macondo.
Sebastián Díaz Ángel, historiador de la UNAL e investigador del Departamento de Historia de la Universidad de Cornell, indicó que la relevancia de este mapa consistía en que permitía “apreciar la mirada que tenía la multinacional sobre el territorio en el mismo año en que se produjo la masacre de las bananeras. El documento permite apreciar cómo la compañía estaba jerarquizando, clasificando y definiendo ese territorio”.
Por años se ha considerado la masacre de las bananeras, el inicio histórico de “la violencia” en Colombia y el origen de este genocidio sería la injusticia en las condiciones de contratación de quienes trabajaban en la empresa extranjera.
A comienzos del siglo XX los yacimientos de petróleo, oro, platino y otros metales preciosos eran otorgados para su explotación con exagerados beneficios fiscales a empresas estadounidenses e inglesas. En las mismas condiciones les eran entregados extensos territorios para la explotación de banano, cacao, tabaco y caucho y, con el beneplácito del gobierno, el personal empleado por estas compañías era tratado como en la época de la colonia.
La empresa norteamericana United Fruit Company no era la excepción. La contratación no la hacía directamente la empresa sino por intermediación de quienes llamaban los “ajusteros”, subcontratistas que recibían grandes cantidades de dinero y pagaban míseros salarios a quienes al final eran quienes realizaban el trabajo llegando incluso al extremo de compensarles su labor con bonos para reclamar alimentos.
El descontento venía creciendo paulatinamente y se había manifestado en huelgas recurrentes ocurridas en 1918, 1919, 1924 e incluso en enero de ese mismo año, y aunque ya habían logrado acordar el pago por horas extras; el horario laboral de ocho horas durante seis días a la semana; indemnizaciones por despido y hasta seguro de salud, el cambio de la forma de contratación se había convertido en lo que hoy llamaríamos un “punto inamovible”.
Cuando dicha masacre fue llevada a cabo, García Márquez sólo tenía un año de edad, sin embargo, al crecer le fue imposible dejar de escuchar las historias sobre estos hechos que habían ocurrido a sólo unos cuantos kilómetros de su ciudad natal, inmortalizándolos magistralmente en su mundialmente famosa obra “Cien años de soledad”.
El día anterior a la matanza un rumor se corrió entre los trabajadores de que la empresa había finalmente aceptado los últimos puntos del pliego de peticiones. Familias enteras se reunieron en la plaza de Ciénaga (Magdalena) a celebrar la firma del acuerdo. Cuando les informaron que ni el Gerente ni el Ministro de Industrias asistirían, los trabajadores comprendieron que habían sido engañados.
En la madrugada del 6 de diciembre de 1928 el ejército colombiano, bajo el mando del General Carlos Cortés Vargas, ordenó a la congregación dispersarse, sin embargo, en un acto que sería considerado de arrogancia pero que se acercaría más a la dignidad y a la exigencia de respeto, nadie se movió, lo que fue razón suficiente para ordenar que se abriera fuego.
Hasta ahora no se sabe cuántos muertos hubo. El General Cortés Vargas reconoció nueve muertos. El gobierno trece y 19 heridos. El 16 de enero de 1929, el diplomático estadounidense Jefferson Caffery reportó al Departamento de Estado: “Tengo el honor de informar que el representante de la United Fruit Company en Bogotá, me dijo ayer que el número de huelguistas muertos por las fuerzas militares colombianas pasa de un mil.”
Sin embargo, a diferencia de lo narrado por el nobel en su libro, los cuerpos no fueron arrojados al mar ni sería ordenado por decreto su olvido. La comisión de investigación del Congreso encabezada por el notable abogado y posteriormente mártir, Jorge Eliécer Gaitán, presentaría ante el senado en septiembre de 1929 el descubrimiento de múltiples fosas comunes que daban cuenta de más de 1.500 víctimas, entre ellas mujeres y niños.
En su discurso, Gaitán hablaría por primera vez de la política del “enemigo interno”: “Estos eran colombianos y la compañía era americana, y dolorosamente lo sabemos que en este país el gobierno tiene para los colombianos la metralla homicida y una temblorosa rodilla en tierra ante el oro americano”.
A pesar de las claras denuncias presentadas por el caudillo, la matanza de las bananeras no generaría ninguna responsabilidad penal ni política. El general Carlos Cortés Vargas sería ascendido a director de la Policía Nacional, cargo que ostentaría hasta cuando fue destituido por asesinar a un joven, el 8 de junio de 1929, durante una protesta callejera en Bogotá. Era un estudiante de la élite bogotana e hijo de un amigo del presidente Abadía Méndez.
El tiempo de las bananeras sólo ha cambiado de nombre y ahora es llamado el de la “confianza inversionista” en el cual se le siguen otorgando ventajas desmedidas a las grandes compañías para que “funcionen, inviertan y generen empleos en el país”, empero su ineficacia ha quedado plenamente revelada entre otros, en el informe sobre el panorama económico en Colombia para febrero de 2022 publicado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
Jens Arnold, economista principal de la OCDE en Colombia, destacó como lo más negativo, los niveles de pobreza, desigualdad de ingresos e informalidad del mercado laboral del país, unos de los más elevados de América Latina, lo que también afecta a las futuras generaciones.
El economista explicó que “en el promedio de la OCDE, el camino para que una persona que nace en el 10% inferior de la distribución de ingresos llegue hasta el ingreso medio de la sociedad, es de unas 4 y pico de generaciones. En Colombia, son más que 11 generaciones”. Esto se debe, entre otras cosas, a que “los beneficios del IVA realmente favorecen a los que tienen más recursos”.
Esta desigualdad manifiesta que empobrece aún más a los pobres y mantiene los privilegios de los más ricos, ha generado el resurgimiento de las banderas caudillistas en cabeza del candidato de izquierda Gustavo Petro para las elecciones presidenciales del 29 de mayo. Su discurso pareciera atemorizar a la oligarquía criolla al tiempo que empodera a los menos favorecidos con tanta fuerza que pareciera que se alzará con la presidencia, haciendo un pequeño esfuerzo adicional, en primera vuelta.
De no lograrlo, el realismo mágico macondiano de estas hermosas y calurosas tierras, podría llevar a la presidencia al único candidato que, siguiendo el modelo norteamericano al mejor estilo Trump, con una franqueza desbordada y soez; sobrepasando los límites de la violencia física y de los insultos verbales y sin descuidar el pelo recientemente “amonado” y el bronceado dorado propio de Miami Beach, seguramente llegará a incumplir su primera y única bandera de luchar contra la corrupción, pues como dijo Pepe Mujica: “a los que les gusta la plata, bien lejos de la política”.