Historias

El Pecado de Rousseau

Sandra Liliana Pinto Camacho

Sandra Liliana Pinto Camacho

Ingeniera Industrial PUJ & Administradora Hotelera AH&LA

“Si hubiera una nación de dioses, éstos se gobernarían democráticamente; pero un gobierno tan perfecto no es adecuado para los hombres.”

Jean-Jacques Rousseau.

Cuando en su lecho de muerte Rousseau, al borde de la miseria, observaba su vida, vio perdida la guerra en contra de “la vida en sociedad” la cual, en efecto, como lo había expresado en sus discursos, había sido el origen de su sufrimiento y de las injusticias cometidas en su contra.

¿Cuánto más hubiera preferido mantenerse en su estado “natural”? aquel en el que no tenían “ni vicios ni virtudes” dedicándose solamente a “preservarse del daño que podía recibir” más que a “pensar en el que podía infligir[i]“.

Y es que esta “vida en sociedad” lo había cruzado en las reuniones ilustradas con Montesquieu, D’Alembert, Rameau y Voltaire, quien se convertiría en su mayor contradictor y el denunciante público de los pecados que lo atormentaban en estas horas finales.

Voltaire era famosos por la agresividad de sus argumentos que lo habían llevado con frecuencia, ida y vuelta, de la cárcel al exilio, en especial por su carácter transgresor y sus críticas por igual a la nobleza y a la Iglesia.

De Rousseau, Voltaire había comentado que su Discurso Sobre la Desigualdad era en contra de la raza humana, “jamás se desplegó tanta inteligencia para querer convertirnos en bestias”.

Sin embargo, no eran estas las palabras que en este instante rondaban su cabeza y causaban dolor en su corazón.

Los eventos se remontaban a 1762, cuando en su obra “Emilio, o de la educación”, Rousseau había expuesto su tesis acerca de la “regeneración nacional” la cual se desprendería de modificar la costumbre de la época consistente en dar a los recién nacidos a las “amas de crías”, quienes los lactaban en condiciones desconocidas y no propiamente adecuadas, corriendo el  altísimo riesgo de ser contagiados de enfermedades de las que no se conocían cura, por lo que pocos bebés sobrevivían al año de vida, y si lo hacían, creaban vínculos de afecto con quienes los alimentaban hasta los dos o tres años siendo posteriormente sometidos a otra traumática separación, arrancándolos de aquellos brazos de quienes los habían cuidado.

Aquella insensible práctica comenzaría poco a poco a erradicarse gracias a la novedosa filosofía planteada por Rousseau: que fuera la misma madre quien nutriera a su hijo.  “Para Rousseau, el lazo afectivo que parte del contacto corporal entre la madre y el hijo tiene una importancia tal que transgrede todas las relaciones familiares e incluso puede llegar a regenerar al Estado.[ii]

La publicación de esta obra llevaría a Rousseau al sumun de su éxito siendo considerado uno de los pioneros de la “pedagogía infantil”; uno de los más conocidos teóricos de las relaciones maternofiliales en la Ilustración y en blanco de las críticas de su más fiel enemigo, Voltaire.

Pintura de Charles Gabriel Lemonnier que representa la lectura de una tragedia de Voltaire, por entonces en el exilio, El huérfano de la China (1755), en el salón literario de madame Geoffrin en la calle Saint-Honoré de París .

Cuando en 1764, dos años después de la publicación de su obra, comenzaron a aparecer panfletos en los que se acusaba a Rousseau de sifilítico, de haber asesinado a la madre de su pareja y de haber abandonado a sus cinco hijos, su casa sería apedreada por una turba furiosa siendo Voltaire quien estaría detrás de esta maliciosa campaña.

Aunque Rousseau pudo controvertir las dos primeras acusaciones, fue obligado a justificar públicamente el porqué había entregado a sus cinco hijos a la casa de expósitos de Enfants-Trouvés, el primero en 1746 y los demás en 1747, 1748, 1751, y 1752, conforme iban naciendo.

Cuando Rousseau rondaba los 33 años se había enamorado de Thérèse Levasseur, una joven trece años más joven, quien trabajaba como lavandera y camarera en el Hotel Saint-Quentin en la rue des Cordiers, donde Rousseau tomaba sus comidas.

“La vida en sociedad” obligaría a Rousseau a declarar su vergüenza por Thérèse en su obra Confesiones en la que la describiría como “una mujer de baja inteligencia, explotada por su familia”.

Aunque al principio justificó el abandono porque carecía de medios para mantener una familia[iv], más tarde sostuvo haberlo hecho para apartarlos de la nefasta influencia de su familia política: “Pensar en encomendarlos a una familia sin educación, para que los educara aún peor, me hacía temblar. La educación del hospicio no podía ser peor que eso[v]”.

A pesar de expresar su arrepentimiento no había logrado el perdón de la sociedad siendo vilipendiado por los demás ilustrados y perseguido político, religiosa e intelectualmente lo que a la postre afectaría su salud mental comenzando a desarrollar una manía persecutoria.

En su lecho de muerte a Rousseau las preguntas se le confundirían en su mente: ¿qué habría sido de la vida de aquellos cinco niños? ¿habrán sido adecuadamente nutridos? ¿superarían los riesgosos años de infancia? o ¿habrán sucumbido a alguna de las muchas enfermedades?

Entonces, entre la duda y la ansiedad se dejaría ir en compañía de la mujer con la que se casaría 23 años después de comenzar su convivencia, dando su último suspiro para pasar a una mejor vida, a una en la que ojalá se cumpliera lo que en vida había previsto: que “el alma resiste mucho mejor los dolores agudos que la tristeza prolongada”.

Como en un juego perverso del destino, los restos de Rousseau serían trasladados en 1794 a la cripta del Panteón de hombres ilustres de París, en donde descansan junto a los de su enconado enemigo, Voltaire.

[i] Discurso sobre las ciencias y las artes (1750) y el Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres (1755), Jean-Jacques Rousseau.

[ii] Ana I. Marrades Puig «Luces y sombras del derecho a la maternidad: Análisis jurídico de su reconocimiento» (Universitat de València, 2002).

[iii] Los personajes más notables reunidos en torno al busto de Voltaire son Rousseau, Montesquieu, Diderot, d’Alembert, Buffon, Quesnay, Du Plessis y Condillac. Además, figuran Gresset, Marivaux, Marmontel, Vien, La Condamine, Raynal, Rameau, mademoiselle Clairon, Hènault, Choiseul, Bouchardon, Soufflot, Saint-Lambert, el Conde de Caylus, Felice, el barón de Aulne, Malesherbes, Maupertuis, Mairan, d’Aguesseau, Clairaut, la condesa de Houdetot, Vernet, Fontenelle, el duque de Nivernais, Crébillon, Duclos, Helvètius, Vanloo, Lekain, Lespinasse, Boccage, Réaumur, Graffigny, Jussieu y Daubenton.

[iv] Carta a Madame de Francueil, 1751.

[v] Volumen IX de Confesiones, Jean-Jacques Rousseau.

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