“Fake News y Bulos, Una estrategia de Manipulación usada desde la Antigüedad”
Este artículo hace parte de la ponencia presentada la semana pasada en el III Seminario Internacional de Administración Pública, Derechos Humanos y Medios de Comunicación organizado por el capítulo de Boyacá y Casanare de la ESAP, al cual fui invitada a participar como panelista.
Al finalizar la reciente elección de Biden como presidente de los Estados Unidos, todo el mundo fue testigo de cómo, en la democracia más poderosa del mundo, algunos miembros del partido republicano encabezados, por supuesto, por el presidente Donald Trump, desplegaron en los distintos medios de comunicación (incluidas las redes sociales) una serie de mensajes que tenían como fin socavar la confianza en el proceso electoral.
Según un recuento realizado por “The Washington Post”, al momento de la elección, Trump había cuestionado en más de 100 ocasiones la fiabilidad del voto por correo, opinión que por supuesto no cambio durante el escrutinio, asegurando que “GANARÍA FÁCILMENTE si contaban los votos legales”, anunciando además medidas judiciales ante la Suprema Corte de los Estados Unidos ya que no se había permitido el ingreso de los observadores “a hacer su trabajo” por lo que dichos votos contados sin su presencia, deberían ser considerados “ilegales”.
Todos los mensajes en este sentido fueron marcados por Twitter como “engañosos” sin que el presidente tuviera posibilidad de defenderse o de argumentar al respecto.
Algo similar sucedió la noche del jueves 5 de noviembre cuando de manera memorable, la intervención del actual presidente fue cortada en seco, en vivo y en directo, por las principales cadenas informativas de EE.UU.
La NBC detuvo la emisión del discurso del mandatario y en su lugar apareció el presentador en pantalla diciendo: “Estamos interrumpiendo esto porque, lo que el presidente de los Estados Unidos está diciendo, en gran parte, no es verdad en absoluto”, con un gesto severo. Como esta cadena, otras como la ABC y la CBS tomaron la misma decisión y dejaron de emitir las palabras que Trump dirigía a los estadounideses.
La decisión de las cadenas de televisión de interrumpir el discurso o de los “administradores” de las redes sociales de borrar o marcar como “engañosa” una publicación, abren un campo de discusión respecto a las relaciones entre el poder, la verdad y los medios de comunicación.
En las facultades se enseña que los periodistas deben tener una posición crítica frente a los hechos, pero también sobre su papel como garantes de la pluralidad como parte de la democracia.
Entonces nos preguntamos: ¿Debe censurarse a un dirigente político cuando el medio considera que miente? ¿No tiene el público derecho a conocer lo que dice su principal gobernante, sea cual sea su actitud?
Una serie de eventos históricos que se han originado a partir de bulos o, lo que más recientemente conocemos como Fake News, nos pueden brindar las herramientas suficientes para responder, de la mejor manera posible, estos interrogantes.
La difusión de falsedades no es nueva. Su intención de distorsionar la percepción de la realidad del receptor y modificar su conducta ha existido desde siempre. Tan lejos se remonta como a “los albores de la humanidad” narrada en el Libro del Génesis. Según el Papa Francisco, fue la serpiente “el artífice de las primeras fake news”, al engañar a Eva, mezclando verdad y mentira, con un objetivo claro: que éstos fueran expulsados del Paraíso y con ellos, toda la humanidad. ¡Pocas veces las consecuencias han sido tan drásticas y desastrosas!
No fue sino hasta la llegada de la democracia cuando los griegos se percataron de los poderes manipulatorios de la palabra. En su singular discurso: el Encomio o Elogio de Elena, el abogado y representativo sofista, Gorgias de Leontini dice lo siguiente: “La palabra es un soberano muy poderoso, que dotado de un cuerpo diminuto y casi imperceptible es capaz de llevar a cabo hazañas realmente divinas, ya que puede detener el miedo, mitigar el dolor, suscitar la alegría y provocar la compasión”.
Entonces, no resulta entonces extraño que, en su defensa a Elena, la presunta adúltera responsable de la guerra de Troya, argumentara que la mujer fue raptada contra su voluntad, pero no con violencia, sino a través del poder ejercido sobre ella por las palabras de su seductor concluyendo posteriormente: “Por tanto, si el ojo de Helena gozando con el cuerpo de Alejandro originó en su alma deseo y pasión amorosa ¿Qué hay en ello de asombroso?”.
Los cristianos también fueron unos de los primeros grupos atacados durante sus primeros años con “noticias falsas” o lo que hoy llamaríamos, “campaña de desprestigio”. Además de acusarlos de canibalismo o incesto, cargaron con la culpa del gran incendio de Roma del año 64 d.C. a partir de un rumor originado por el propio Nerón, para exculparse a sí mismo de provocar el “Gran Fuego”, como cuenta Tácito en sus Anales. Todas estas imputaciones tuvieron numerosas consecuencias como las famosas persecuciones de los primeros siglos.
También está documentada la creación de un ambiente hostil hacia los judíos a finales del siglo XV en España antes de decretar su expulsión. Fueron difamados como herejes y usureros, también se les empezó a acusar de burlarse de las leyes de los cristianos y de considerarlos idólatras; se mencionan las circuncisiones como algo “abominable” y se compara al judaísmo con la lepra. Pero lo que finalmente llevó a la expulsión fue el auto de fe (acto público que realizaba la inquisición) en la que se ordenó quemar a tres conversos y dos judíos condenados injustamente –como después se demostró– por un presunto crimen ritual contra un niño cristiano (conocido después como el Santo Niño de La Guardia). Corría el mes de noviembre de 1491. El contexto ya era propicio para la expulsión, que se ejecutó algunos meses después.
La Revolución Francesa también supo aprovechar a su favor esta falacia, lo que allanó el camino de María Antonieta hacia la guillotina. Con este fin se le atribuyeron falsamente frases atroces como: “Mi único deseo es ver París bañado en sangre; cualquier cabeza francesa presentada ante mí se pagará a peso de oro”.
Tachada de frívola y despilfarradora, la archiduquesa de Austria fue acusada de conspirar contra Francia y promover todo tipo de intrigas, satisfacer sus caprichos a costa de las finanzas del país e incluso de relaciones lésbicas e incestuosas. “En 1785 el concierto de calumnias se halla ya en su apogeo; está marcado el compás, suministrada la letra” señala Stefan Zweig en su biografía dedicada a la reina María Antonieta la cual fue adaptada al cine con el mismo título en 1938.
Un estudio sobre bulos o noticias falsas no estaría completo si no dedicara una buena parte al mayor difamador de todos los tiempos, Adolf Hitler.
Con el inicio de la primera guerra mundial, se alista como voluntario en el ejército alemán, a pesar de no haber hecho el servicio militar en su país natal, Austria. Durante la guerra resultó herido en 1916, lo que le obliga a ingresar en el hospital y abandonar el frente. Pero pronto el ejército le asigna una nueva misión, en este caso como espía y propagandista precisamente en el Departamento de Propaganda del Imperio Austriaco en donde se definen las siguientes importantes características:
“Toda propaganda debe ser popular, adoptando su nivel intelectual a la capacidad respectiva del menos inteligente de los individuos a quienes se desee que vaya dirigida. De esta suerte, es menester que la elevación mental sea tanto menor cuanto más grande sea la masa que deba conquistar.”
Su objetivo era evitar la extensión del bolchevismo y, para conmover a las masas, exaltó el odio a los extranjeros y el sentimiento nacionalista.
En el prefacio de su obra “Mi Lucha” expresa su intención de (comillas) “destruir las perversas leyendas urdidas en torno a mí por la prensa judía” aún a pesar de que “el triunfo de todos los grandes movimientos habidos en el mundo ha sido obra de grandes oradores y no de grandes escritores”.
En su libro, Hitler expone el uso del antisemitismo como arma de manipulación de las masas “delatando” (entre comillas) a los judíos como “manipuladores de la opinión pública a través de sus periódicos” y presentándose como el dueño de la verdad.
De la misma manera convincente y aguda refuerza en sus lectores/ seguidores el lema central del nacionalsocialismo: “El interés de la comunidad está por encima del interés del individuo” y su principio fundamental de “lealtad” entendida como la anulación del sentido crítico, aplicando la moral militar a la masa para obtener una población manejable a la voz de “ar”. (Y no, no estoy hablando de los tiempos actuales).
Todos conocemos las consecuencias de esta “Propaganda de Guerra”: el comienzo de la segunda guerra mundial con la invasión de Polonia en 1939 que dio como resultado 40 millones de muertos entre los que se cuentan los más de 6 millones de judíos exterminados en los campos nazi.
Entonces volvamos a las preguntas iniciales: ¿Debe censurarse a un dirigente político cuando el medio considera que miente? ¿No tiene el público derecho a conocer lo que dice su principal gobernante, sea cual sea su actitud?
Aunque me gustaría concluir que no se debe censurar a un dirigente político sin dejarlo previamente ejercer su propia defensa, cuando el medio de comunicación sabe que está mintiendo adquiere la responsabilidad de evitar las graves consecuencias que puede acarrear el difundir esta información engañosa, lo cual justifica el bloqueo de dicha información.
Esperemos que en el futuro, con la suficiente educación, el conocimiento de la historia o de los resultados de las experiencias pasadas nos alejemos de la fundamental enseñanza de Maquiavelo quien a finales del siglo XV nos alentaba a que: “Nunca intentes ganar por la fuerza lo que puede ser ganado por la mentira”.