Las noches de Ciro
Las noches de Ciro se parecen a un río en cuyas aguas naufragan cuerpos desmembrados, producto de una guerra absurda y sin sentido.
Son noches en donde las brujas vuelan libres sobre los campos y ciudades sin que nadie las pueda detener.
Las noches de Ciro son una constante pesadilla combinada con esa agonía eterna de saber que no se puede dormir porque el diablo anda suelto y en cualquier momento podría venir por él, podría venir por ti o por mí.
Ciro, centinela por conveniencia o por el mismo destino que un día decidió quitarle el sueño y ponerlo en aquella garita donde los duendes toman café y juegan cartas con dibujos de mujeres desnudas y en donde los espantos deambulan de un lado para el otro buscando a quién asustar.
Noches oscuras, son las de Ciro; endemoniadas noches llenas de llanto y de dolor, de gritos que nadie puede escuchar. Noches embalsamadas de recuerdos y con un aire de nostalgia que se acomoda muy bien con alucinaciones propias de la falta de sueño.
De nada sirven las ovejas, los números, el cerrar los ojos como quien no quiere cerrarlos o las palmaditas en el rostro y ese regaño interior como si de esta manera un hombre pudiera despertar.
De nada sirve el agua fría en el rostro o el apretujón de manos, ni siquiera los puños rojos, los mismos que a cada instante se estrellan contra la pared.
Las noches de Ciro, las espantosas noche de Ciro, sin lugar a dudas, son una trampa puesta por quién sabe quién, a lo mejor por un Dios narcisista o un diablo tóxico, con la única y malévola intención de robar la calma a un triste ratón de laboratorio que busca desesperadamente escapar de su precaria situación sabiendo que nunca lo podrá lograr.