Meritocracia en retroceso: Gobierno Petro sugiere embajadores sin formación

Cuando Gustavo Petro dice que cualquiera puede ser embajador, no está abriendo un debate: está levantando una alarma. Un país que entrega sus relaciones internacionales al azar no está pensando en su futuro; está jugando con fuego. Y lo más peligroso no es la propuesta, revela que tenemos un gobierno dispuesto a bajar los estándares del Estado para acomodar sus propios caprichos.
Un embajador no es un premio, ni una medalla política, ni un gesto de gratitud del gobierno de turno. Es la persona que habla por Colombia en otro país. Quien abre puertas económicas, negocia acuerdos, interpreta crisis globales y, sobre todo, protege a los colombianos en el exterior cuando la vida se pone difícil: guerras, detenciones, accidentes, desastres naturales. La voz de un embajador no es privada: es pública y compromete al Estado.
Por eso, la formación no es un capricho académico: es una necesidad estratégica. Un embajador debe entender derecho internacional, geopolítica, comercio exterior, historia diplomática, negociación, idiomas y manejo de crisis. Esa mezcla de habilidades no se improvisa ni se aprende en un curso de fin de semana. Es el resultado de años de estudio, servicio público y trayectoria.
Cuando desde el poder se insinúa que cualquiera podría ser embajador, el mensaje que reciben nuestros jóvenes es devastador: estudiar no vale tanto, esforzarse no garantiza nada, y la meritocracia puede doblarse si el gobernante quiere premiar a un amigo. En un país donde ya cuesta motivar a los jóvenes a formarse, normalizar que los cargos más altos no requieren preparación es darles una bofetada al futuro.
Y no solo afecta a quienes están empezando. También castiga a miles de profesionales que llevan años formándose, concursando y trabajando para acceder a la carrera diplomática. Gente que cree en las instituciones y en el rigor del servicio exterior, que entiende que representar al país exige responsabilidad y conocimiento.
Por eso, resulta profundamente irresponsable que el Gustavo Petro plantee la idea de rebajar estos estándares. No es solo una mala decisión técnica: es un acto de negligencia institucional. Es renunciar al profesionalismo del Estado para abrirle paso al capricho político.
Un país que se respeta envía a sus mejores cuadros al mundo. Un país que se descuida convierte sus embajadas en premios de lealtad. Colombia merece más, el Tolima merece más.




