Cultura

Todos vamos a morir

Luis Carlos Rojas García

Luis Carlos Rojas García

Escritor

Veo las fotos viejas, cuando la vida era a blanco y negro. Veo la naturalidad del existir, los rostros juveniles, las miradas penetrantes, la ignorancia hormigueando en cada cerebro, pero, sin restarle inocencia y hermosura a quienes quedaron inmortalizados en ese papel.

Entonces, me detengo frente a la mujer del sombrero naranja y detallo con cierto deseo su piel, sus labios y su sensualidad sin que pretenda serlo; la contemplo ahí, con algo de color en medio del gris eterno.

Imaginó entonces qué hizo después de que le tomaran esa foto que la inmortalizase para siempre. ¿Será que ese día se encontró con algún amante­? A lo mejor, el hombre al verla tan bella y en medio de la locura desenfrenada al examinar su desnudez y belleza, jugó a poseerla como jugamos los hombres en estos momentos en donde no somos conscientes de la cruda realidad: ¡Todos vamos a morir!

Y no es el gran descubrimiento lo sé. Aunque vivamos como si no fuese a pasar. Igual va a pasar y moriremos tal como murió en su momento la mujer del sombrero naranja, la misma de los ojos de cielo, de piel suave y tersa, de senos firmes y de un sexo de ensueño.

Moriremos como murieron los niños que jugaban a su alrededor, los pequeños que llevaban puestas sus caminas blancas manga corta con las tirantas que sujetaban su pantalón hasta la rodilla y que hacía juego con las medias largas que eran del mismo color de sus boinas ajustadas.

Sí, sí, sí… ¡Todos vamos a morir! no importa lo que hagamos, cuánto gastemos, a dónde vayamos, de quién escapemos o lo mucho que imaginemos que nuestras historias son únicas y especiales.

No interesa que dañemos a otros o que no los dañemos. No importa si somos una peste de seres humanos o si, por el contrario, somos impolutos e inmaculados.

Todos, sin excepción, vamos a morir; aunque nos preocupemos por pequeñeces como el trabajo, el dinero, el carro, la cena en el club, las cuentas del banco, el horario de llegada o el horario de salida, el qué dirán y hasta que no digan o cualquier otra insignificancia de esas a las que le solemos dar tanta y tanta importancia.

Corremos de aquí para allá y de allá para acá sin darnos cuenta que el tiempo se nos acaba y lo que es peor, ni siquiera percibimos que la muerte se toma un café a nuestro lado, mirándonos sin mirarnos, riendo sin reír, pero, convencida que nuestra ínfula es tan estúpida como una suerte de obra de teatro cuya historia está mal contada.

Todos vamos a morir y si tenemos suerte, nuestra imagen quedará plasmada en un papel que a lo mejor alguien encontrará y querrá saber qué hicimos ese día cuando fuimos retratados o puede pasar que nuestra imagen no signifique nada.

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