Cultura

A la media noche

Luis Carlos Rojas García

Luis Carlos Rojas García

Escritor

A la media noche Wendy y Arturo fueron despertados por un estruendoso ruido que parecía venir de afuera de su casa. Wendy apretó fuertemente la mano de Arturo, titubeó por un instante y después lanzó un susurro que, más que susurro, era una verdadera amenaza hacia su esposo:

—¡Es ella! ¿No es cierto Arturo?

Arturo alejó su mano con violencia y respondió con un susurro más agresivo que el de su mujer:

—¡Y por qué demonios sería ella! ¿No será él?

—¡Te has vuelto loco Arturo! Él no sería capaz de hacer algo así.

—No me hagas reír Wendy ¡Claro que sería capaz! Lo hizo varias veces.

De repente, la pareja fue interrumpida por unos claros y estridentes golpes que indicaban que alguien golpeaba con ímpetu la puerta de entrada.

—¡Es esa perra! Estoy segura ¡Maldita sea la hora que decidí perdonarte!

—Wendy, Wendy, te recuerdo que fuiste tú la primera en fallar. Yo lo único que hice fue empatar la situación; entonces, no me digas que fuiste tú quien me perdonó.

—¿Hasta cuándo vas a seguir con el mismo cuento Arturo? Tú sabes muy bien que me dejaste sola.

—¡No seas descarada Wendy! Mientras tú te revolcabas como una perra yo me partía el lomo por ti y aprovechaste mi ausencia para cometer tus fechorías.

 —¡A mí me respetas Arturo!

Antes de que Wendy lanzara una bofetada a su marido, el estrepitoso ruido les congeló hasta los huesos. La pareja volvió a quedar en silencio hasta que la mujer rompió el silencio en medio de los fuertes golpes en la puerta:

—Adelante, ¡Qué esperas para reencontrarte con esa vagabunda!

—Pues estoy seguro que no es ella, debe ser ese imbécil, así que te cedo el turno.

De pronto, los golpes en la puerta cesaron; Wendy y Arturo se miraron fijamente y guardaron silencio, luego caminaron lentamente hasta la puerta de su habitación y como si se tratase de una coreografía, pusieron al tiempo sus oídos sobre la misma, como tratando de adivinar que estaba sucediendo, como si de esta manera pudieran ver y sentir a ese intruso o intrusa que de manera tan violenta les había robado el sueño.

Se retiraron lentamente de la puerta, como un par de autómatas, miraron el reloj y se dieron cuenta que habían pasado tres largas horas entre los golpes y la discusión que, como siempre, no llegaba a ningún lugar.

El silencio se hizo más agobiante, ninguno de los dos se atrevía a decir nada. Había un nudo en sus gargantas que se entrelazaba y apretaba al mismo tiempo. Entonces, fue Arturo quien rompió la horrible agonía:

—Sabes que mañana lo que sea que está golpeando esa puerta desde hace un mes va a regresar ¿No es cierto?

Con la mirada clavada en el suelo, Wendy respondió:

—¡Sí! Lo sé. Y mañana tampoco tendremos el valor de abrir esa puerta.

La pareja acomodó sus almohadas y cada uno ocupó el rincón de la cama que les correspondía. Se recostaron con los ojos bien abiertos mirando al techo mientras se preguntaban hasta cuando iban a poder cargar con la culpa que les atormentaba y lo que era peor, con el odio y el desprecio que sentían el uno por el otro.

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