Feliz día, Pequeños gigantes
Nacemos siendo niños y morimos igual, siempre lo somos.
En ninguna etapa de la vida nos resistimos a una barra de chocolate, la inmadurez nos acompaña desde siempre. Nuestras mamás cada momento nos dicen “pareces un niño”, nuestras parejas, “actúas como niño” y que no decir de nuestros amigos cuando reímos y recordamos, decimos “parecemos niños”… nunca dejamos esa condición, ya grandes algunos aún se chupan los dedos, hablamos como ellos y mofamos con sus ocurrencias. Cuando estamos enojados decimos no importando la edad “compórtese como hombre o mujer, no como niño” es que ser niño permite soñar sin afanes, equivocarnos y recibir una palmada, hacer el ridículo y ser aplaudido, permite jugar a ser adulto sin responsabilidades, ni envejecer, tocar el sol, la luna y bajar estrellas sin ningún esfuerzo, jugar al papá y la mamá, tener amigos imaginarios, tener muñecas como hijas sin dolor… fines de semanas de diversión sin apuros para luego romper en llanto cuando terminan y toca ir al colegio, la única responsabilidad a cuestas.
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Los niños no tienen diferencias de género, son sólo niños, no les preocupa el color de su vestimenta; sea rosado o azul, no es relevante. Lloran y ríen sin precaución, no viven de los rasgos físicos, no les importa el color de piel, el cabello, la altura. No hay débiles ni fuertes. No diferencian los derechos, los respetan. No se preguntan si es malo llorar pues lo hacen sin reparo. Los deportes son para todos, sin diferencias.
No obstante, llegamos los adultos a cambiar ese cuento en que viven los niños y establecemos las diferencias; les prohibimos pensar, opinar, soñar y ser lo que desean… ¡Dios! ¿Qué estamos haciendo? ¿En qué nos estamos equivocando? volvamos a ser niños para entender y sentir lo doloroso que es romper y acabar con la fantasía, la honestidad y el respeto que encierra lo hermoso de… ser niños.