La muerte es el olvido
La diferencia
En cada rincón del planeta en el que haya una comunidad, tarde o temprano va a haber un lugar que asignen para enterrar a sus muertos; así como describió García Márquez en su célebre obra Cien años de soledad: “Como en aquel tiempo no había cementerio en Macondo, pues hasta entonces no había muerto nadie, conservaron el talego con los huesos en espera de que hubiera un lugar digno para sepultarlos…”. En Ibagué el primer cementerio fue el Cementerio San Bonifacio, que se ubicó originalmente donde hoy día se encuentra la Clínica Tolima. Es decir, justo al lado de la Arquidiócesis. Tiempo después se decidió reubicarlo en la esquina de la avenida 1ª y calle 32ª, donde se encuentra en la actualidad.
El Cementerio San Bonifacio se declaró como Área de Interés Arquitectónico e Histórico según el acuerdo 053 de 1998 dado por el Concejo Municipal. Además, fue declarado como uno de los Bienes de Interés Cultural de Ibagué bajo la Ley 1185 de 2008. Y el porqué se puede ver evidenciado con tan sólo entrar al lugar. La vista varía dependiendo de si se va a pie o en carro, pero de ambas formas se puede notar que el lugar abarca un extenso territorio. Es fácil perderse las primeras veces puesto que parece un laberinto lleno de nombres y cruces.
Allí se pueden hallar monumentos a militares, gobernantes y músicos, como los reconocidos Garzón y Collazos, que adornan los pasillos y corredores. Hay tumbas tanto sencillas como elegantes, decoradas y llamativas, además de bóvedas, estatuas, memorias y dolientes.
La Arquidiócesis de la ciudad cuenta con la parroquia de Cristo Resucitado que se encuentra en la mitad del cementerio, aquí ofrecen distintos servicios exequiales. Además, por el mandato cristiano de Caridad, el Cementerio ofrece a las familias menos favorecidas la posibilidad de sepultar a sus seres queridos de forma gratuita con el programa Servicio de caridad cumpliendo así la obra de misericordia de “enterrar a los difuntos con dignidad”.
El lugar en el que se entierra, no sólo a los difuntos de familias que no pudieron pagar algo mejor, sino a personas sin hogar o sin identidad, se encuentra en la parte posterior del Cementerio San Bonifacio, no adentro. Este sitio es conocido como El Cementerio de los N.N. y su ubicación es el reflejo de las extremas diferencias entre los dos lugares.
Mientras uno se encuentra lleno de dolientes que vienen a visitar a sus familiares fallecidos, con un despacho arzobispal, estatuas de ángeles, orden en cualquier rincón, y un ambiente lleno de luto, nostalgia y melancolía; el otro está vacío, custodiado por Jairo Puentes y su familia, desde las afueras se pueden ver las cruces blancas y desde allí se respira el olvido y abandono.
Jairo Puentes es la primera persona que uno se topa a la entrada del lugar. Él es el encargado de todo el protocolo de cada entierro. “Tal vez la única parte que yo no haga, es la de llorar al muerto” comenta Puentes. A pesar de haber vivido y custodiado tantos años el cementerio, él no está seguro de cuánto mide o de cuando fue fundado.
Pese a haber tantos cuerpos enterrados allí, el paisaje es desolado. A la mayoría de personas el pensar en un cementerio les produce miedo, tal vez porque está directamente ligado con la muerte. Casi nadie querría visitar un lugar abandonado y descuidado, menos cuando hay tantos mitos alrededor de ellos.
Por donde se mire hay cruces sucias, caídas, rotas; solo hay un camino definido, la naturaleza se ha apropiado con el paso del tiempo de este sitio, la hierba es seca y los árboles frondosos; todos estos detalles le dan un toque a cementerio de película de terror. Sin embargo, la historia que el lugar por sí mismo cuenta, da más tristeza que miedo.
La pos muerte, el pre-entierro
En ciertos casos el tiempo que transcurre entre el deceso de una persona y su entierro o cremación, puede durar hasta meses. Cuando alguien muere en circunstancias violentas y/o no se tiene como identificarlo, pasa a ser un caso de la Fiscalía, más precisamente de Medicina legal. Según Willian Vargas, miembro de la Fiscalía: “Medicina legal saca unos listados mensualmente de cadáveres sin reclamar y los pública a nivel nacional para encontrar a algún pariente. Otra cosa son los cadáveres sin identificar, ya que con estos se debe tomar una muestra y mandarla a Genética en Bogotá para que revisen la base de datos. Mientras todo eso sucede, los cuerpos quedan almacenados en las neveras de Medicina legal. Ellos esperan un tiempo prudencial mientras aparece alguien. El cementerio es la última fase”.
La mayoría de personas que van a Medicina Legal a reclamar sus muertos los encuentran. Pero, ¿qué sucede con las personas que no son encontradas? ¿qué pasa con aquellos a los que nadie busca? Terminan en el cementerio de los N.N.
El cementerio está dividido en varios sectores: El sector de caridad, cuyas cruces tienen nombre y fechas; el pabellón para bebés fallecidos, la morgue, el pabellón de N.N. que son bóvedas llenas de restos óseos identificados por códigos. Un “sitio de almacenamiento de cadáveres” como expresó Willian Vargas, pues ellos aún están en espera de su cristiana sepultura.
Las flores en la tumba
“Aquí yacen dignamente los cadáveres de los N.N. en espera de sus dolientes”, eso dice la placa colgada en el pabellón principal del cementerio. Pero ¿Acaso hay dignidad en medio del abandono y el olvido? ¿O tal vez sólo es un intento de los vivos por redimirse ante el supuesto recuerdo de los muertos?
Una forma para demostrar la memoria y la nostalgia hacia alguien querido que ha fallecido, es el poner flores en su tumba. En el Cementerio San Bonifacio es lo que más se ve. Pero en el Cementerio de los N.N. no hay flores, no hay dolientes, no hay memoria. Sin memoria hay olvido. Cuando ni identidad se tiene, cuando no se sabe quién fue ni qué hizo, es como dejar una huella en la arena de la orilla del mar: Nadie jamás sabrá que alguna vez hubo algo ahí.