Cultura

Le chaton de Madame Tremblay

Luis Carlos Rojas García

Luis Carlos Rojas García

Escritor

— Pensé que se trataba de otra anciana de esas que pasan sus días perdidas en su mundo de oscuridad. Pero… me equivoqué.

—¿Se refiere a Madame Tremblay?

— Sí, a esa misma; le estoy hablando de esa maldita bruja y de su pequeño chaton… ese infernal juguete de color hueso, pelo enmarañado y de apariencia de animal callejero.

— Mire, en verdad necesitamos saber la verdad. Creo que usted sabe que toda esta situación a punta a un solo culpable y no es precisamente Madame Tremblay.

— Sí, lo sé, lo sé. Pueda que para ustedes el cuadro de la pobre viejecita arrullando a su marioneta en forma de gato sea de lo más enternecedor, pero no es así. No después de ver lo que vi y de vivir tan espeluznante inmundicia atrapado en aquella habitación, al lado de esa vieja bruja y la cosa esa.

—¿Una bruja en este siglo? Nos cuesta trabajo entender cómo pudo una decrépita mujer secuestrarlo ¿Entiende eso? La mujer tenía más de ochenta y cinco años, apenas si podía moverse. Por eso lo contrataron a usted.

—¡Tienen que creerme de una vez por todas maldita sea! ¡Era una bruja! ¡Una maldita bruja!

—Continúe, necesitamos llegar al final de esto.

Es cierto, se suponía que prestaría mis servicios de enfermería como de costumbre. Apareció su nombre y dirección en la aplicación y me dirigí al lugar… ¡Toqué a esa puerta! La toqué y no supe nada más ¡Lo juro! ¡Lo juro! ¡Lo juro!

—¡Por favor! Cálmese y trate de contarnos con más detalle la situación. Realmente es un caso complejo y si no nos dice la verdad, usted sabe que en este estado es legal la pena de muerte. Dudo mucho que le juez le vaya a conceder cadena perpetua.

—Abrí los ojos y me di cuenta que estaba atado de manos y pies y que llevaba puesto un traje de niña o de muñeca, no sé, no sé. Me sentía mareado. Lo último que recordaba era el mensaje en la aplicación de la empresa con la dirección y los requerimientos de la paciente; pero, no recordaba nada más, ni el día, no la hora, ni cuento tiempo llevaba en ese lugar. Tardé al menos cinco minutos en reaccionar, solo para darme cuenta que no estaba solo. Frente a mí, cerca de la ventana estaba la vieja sentada dándome la espalda. Pensé que estaba en una silla mecedora, como lo vi tantas veces en esas películas de terror, pero, cuando mis ojos se aclararon me di cuenta que era una silla de ruedas eléctrica.

—¡Lo siento! Pero esto hace más difícil de creer su historia. La anciana estaba en una silla de ruedas ¿Cómo pudo secuestrarlo?

—¡Porque es una bruja se lo he dicho!

—¡Por un demonio! No me la está poniendo nada fácil. Continúe, para ver si encontramos de una vez por todas algo que sea coherente en esta historia.

—No les estoy mintiendo, en verdad no les miento. La vieja se dio la vuelta y fue en ese momento cuando lo vi; entre sus ajadas manos estaba el chaton. Era realmente nauseabundo y pese a la distancia, podía olerlo. Al principio pensé que se trabaja de un gato de verdad, luego me di cuenta que era una marioneta, un juguete. Cada vez que la vieja le acariciaba la cabeza a esa cosa, abría los ojos, movía las orejas y ladeaba la cabeza hacía un lado y después ronroneaba ¿Pueden creerlo?

—¿Ronroneaba?

—¡Sí, sí! Así como lo hacen los gatos de verdad.

—Entonces, Según este reporte, el gato de juguete o chaton, como lo llama usted, era parte de la terapia de la anciana. Eso lo debe saber usted.

—No, eso no era un juguete.

—¿Entonces qué era?

—¡El diablo!

—¿El diablo? Fue por eso que usted entró en pánico y ¿La mató?  Frente a las enfermeras del hospital.

—No, no, no yo solo me vengué de esa maldita cosa y de su dueña. Todos los días y a toda hora la vieja entraba a la habitación y comenzaba a tararear esa maldita canción de cuna mientras acariciaba a ese animal. Luego, una baba espesa salía de su boca, una baba que parecía una tela de araña y que hacía las veces de puente entre la boca del bicho inanimado y la lengua escuálida de la horripilante vieja.

—¡Estaba en una silla de ruedas! No tenía fuerzas para derribar a un hombre como usted de un metro con ochenta y seis. Usted no duró dos horas en la habitación 308 del hospital Saint Pierre. Lo contrataron para prestar un servicio adicional de enfermería y simplemente usted se ha vuelto loco, pero, eso no lo va a salvar de su condena.

—¡No! ¡Yo no estoy loco! Simplemente, cuando tuve la oportunidad de soltarme lo hice, sí, lo hice, llevé a cabo mi venganza, porque mientras estaba inmóvil la vieja no solo baboseaba al chaton, luego de hacerlo, se me acercaba y dejaba que su pegajosa lengua se escurriera por mis mejillas y mi cuello y luego ¡Maldita sea! El maldito animal me miraba y se reía ¡Juro por Dios que es cierto! Se reía.

—No puedo más con esto ¡Guardias! ¡Llévenselo!

—¡Sí señor!

—¡Juro por Dios que es cierto! ¡Tienen que creerme! ¡El chaton se reía! ¡Se reía de mí porque la vieja me estaba haciendo exactamente mismo lo que le hacía a él!

—Tiene derecho a permanecer callado…

—¡Suéltenme! ¡Suéltenme!

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