Primer jueves del año
La tarde está lenta y fría, Caen algunas gotas de lluvia desde el ventanal y abrazada a un computador, un par de libros, una cobija y un oso Teddy me arrulla el móvil de seis tubos que danza con el viento en el balcón. También el bullicio se fue de veraneo, a contagiar otras voces tal vez. En medio de mi Internet de alta velocidad (cuya rapidez sólo está en su nombre), confieso que como Petrarca elogio en este momento más la vida solitaria y contemplativa que la activa.
Bien supieron los poetas de aislamiento y soledad, también los locos y otros rostros saben celebrarla, aquella soledad en donde el alma se eleva, en donde el hechicero ve su oráculo y los monjes buscan su espiritualidad. La soledad de los filósofos y los científicos, de los astrólogos y los profetas, la soledad de un mal de amores. La «soledad» y el aislamiento en la que deberíamos estar todos más allá de la frontera de la palabra que la expresa.
Mientras tanto, en este y otros mundos, la muchedumbre se amontona, se aglomera entre el desorden, fiestas o protestas. El gentío se atasca y los avisperos se alborotan. Vivimos una virulencia en todo sentido: social, emocional, informática, económica, electrónica, virtual, neuronal; con nuevas enfermedades, en donde todos los sistemas de defensa se desordenan.
Sólo queda seguir confiando en la nobleza y la bondad de la vida, en que el prójimo tenga un corazón un poco más compasivo, amoroso, caritativo y generoso, así como el del cuarto rey mago (sí, el cuarto rey) que atiende las penas de los desvalidos que va encontrando en su camino.
Porque es jueves de volver a lo que fue, lo que es, lo que siempre será…porque siempre habrá tardes álgidas para algunos y abrasadoras para otros, porque pasan los días y parece que seguimos en lo mismo.
