Historias

Recuerdos sobre mi madre

Germán Niño

Germán Niño

Economista y Bloguero.

Domingo 11 de febrero de 2024. Era también domingo hoy hace 26 semanas. Estamos acostados en nuestra cama con mi esposa viendo alguna serie brasilera que ya no recuerdo, cerca de las 10 de la noche. De repente, una llamada me deja muy intranquilo. Es la enfermera de mi mamá. “El médico quiere hablarle”. Me lo pasa y es muy concreto: “Su mamá entró en paro. ¿Quiere que la reanimemos o la entubamos?” Yo no se ni que decir, quedo sin palabras. Hace apenas unas horas hemos estado con ella en la Fundación Santafé, donde estaba tranquila y estable. No logro comprender de que tema concreto me está hablando el doctor de turno.

Mi esposa reacciona: “hay que llamar a tu hermano Juan Carlos”. El médico de la familia, al que siempre acudimos para todo, es la solución más práctica. Lo llamo, se entera de la situación y se comunica con el médico. A las 2 minutos, estamos los 4 hermanos hablando, a una hora extraña, cuando lo normal es que alguno este dormido, o ocupado. “Mi mamá ha tenido un paro muy fuerte, pero pudo hablar, dice que está cansada, es una buena señal”.  Todos recordamos las palabras y las advertencias de mi mamá. “déjenme tener una muerta digna, no me prolonguen la vida más de lo debido”.

Juan Carlos vuelve a llamar al médico, para darle instrucciones. Para que quede claro quien es, le dice “Soy Juan Carlos Niño, médico de Ibagué, trabajo en el Hospital Federico Lleras de Ibagué, por favor no reanime a mi mamá”. ¡Doctor! ¡Doctor! Soy William, su alumno en Ibagué! Voy a estar muy pendiente de su mamá! Una de las tantas coincidencias que nos regala la vida, que también es la muerte. De todas las personas que hubieran podido estar en ese momento al lado de mi mamá, tiene como compañía a un joven profesional tolimense.

En pocos minutos se presenta el desenlace. El corazón de mi mamá, herido en tantas batallas, en tantos procedimientos, en tantas operaciones, por fin descanse. Los 4 hermanos lloramos, abrazados por el dolor, separados por la distancia. Yo soy el único que estaba en Bogotá, a pocas cuadras de la Fundación. Mi hermana había viajado unas horas antes a Santo Domingo, tranquila por la estable situación de mi mamá. Juan Carlos estaba en Ibagué, mientras que Juan Manuel descansaba en Tampa. El WhatsApp nos une, nos permite que una experiencia tan dura como esta pueda vivirse en tiempo real en cualquier parte del mundo.

Unos minutos más tarde, estamos al lado del lecho de muerte de mi mamá. A su lado le damos gracias por tanto, gracias por nuestra vida, gracias por su vida, por su ejemplo, por sus enseñanzas. Sus nietos en Bogotá también están allí, casi sin creer que su abuelita los ha dejado solos, que la mujer que paso por tantas cosas finalmente se ha rendido y descansado. Los otros nietos en Europa despiertan y se enteran de lo que está pasando. En esa noche, muchos ibaguereños se enteran y comienza el largo, sentido y hermoso homenaje a su vida.

Gloria Rosalina Ballesteros Garzón había nacido el 7 de agosto de 1935 en la ciudad de Bucaramanga, en el hogar formado por un oficial administrativo del Ejercito y una bella señorita de San Gil. Mi abuelo Luis Fernando Ballesteros Sierra se especializaba en manejar el Comisariato de muchos batallones del ejercito en los Santanderes, en aquellos años de la Revolución en Marcha del gobierno de López Pumarejo. Era el hombre de las cuentas. Se había casado a escondidas con la bella dama Oliva Garzón, situación que solo conocí muchísimos años después. Gloria tuvo su nombre por la gloria del 7 de agosto y el Rosalina por su abuela materna, Rosalina Sierra. Era la primera Ballesteros en 200 años en haber nacido fuera de Barichara.

Mi mamá y sus hermanos crecieron en un mundo un poco aislado de la sociedad colombiana de los años cuarenta. Las 3 mayores, Gloria, Cecilia y Oliva, eran sensación en cada pueblo donde llegaban. Bonitas, educadas, sin contacto con la política por la neutralidad del Ejercito, pasaron por Ocaña, por El Socorro y por otros pueblos de la gran comarca santandereana. En su casa, mi abuela Oliva las consentía, pero también dejaba que el abuelo Luis Fernando los enseñara a cocinar, a hacer oficio, a trabajar. Mi abuelo fue duro con su hija mayor, pero eso se tradujo en una mujer que se sabía defender, aún en esos años.

Cecilia, Gloria y Olivita Ballesteros – Archivo personal

El 9 de abril de 1948 no fue particularmente especial para mi mamá, entonces de 12 años. El abuelo estaba acantonado cerca a Bogotá y por lo menos en aquel batallón no pasó nada raro. Luis Fernando era liberal, pero el paso por El Ejercito le quitó cualquier sectarismo que pudiera tener. Pero si en política no pasaba nada para los Ballesteros Garzón, la tragedia vendría por otro lado. En 1949, acantonada la familia en la gran base de Palanquero, a orillas del Magdalena, Oliva Ballesteros desapareció misteriosamente. A la orilla del gran rio, mi abuela Oliva lloraba desconsolada, pidiendo a Dios por su pequeña. Nunca apareció, nunca se supieron detalles. Un gran caimán fue siempre el principal sospechoso. La vida perfecta se derrumbaba.

Desconsolados, Luis Fernando y Oliva decidieron que ya era suficiente con la vida en los batallones y que había que abrir casa en la gran ciudad. Era importante que la familia completara la educación a buen nivel y buscaron casa en Bogotá. Chapinero era la escogencia obvia, con lindas casas estilo inglés, que hoy todavía se pueden ver en los barrios de San Luis y otros vecinos. Cerca de El Campin, cerca de la 57, cerca de buenos colegios, con moderno sistema de transporte, la casa de mis abuelos fue una buena escogencia, que muestra la mano y las intenciones de la pareja.

Casa de la adolescencia de mi madre. Allí murió su madre en 1950 y allí se casó el 11 de agosto de 1956, hoy hace 68 años.

Nos les duraría mucho la felicidad, pues la muerte los seguía rondando. Un año después de la muerte de Oliva Ballesteros, mi abuela Oliva moriría, el 30 de mayo de 1950, apenas unos meses después de estrenar su casa. Complicaciones derivadas del parto de mi tía Martha Ballesteros, más la falta de penicilina en 1950 en Bogotá se llevaron a una gran mujer. Mi abuelo quedaba viudo, con 7 hijos. Mi mamá, la mayor, apenas tenía 14 años, quedando a cargo del reguero de hermanos.

Tiempos muy duros, que terminaron de formar la valentía de mi mamá, cualidad que se destacó en sus 88 años de vida. Llegó una nueva esposa a la vida de Luis Fernando, 2 hermanos adicionales y una vida en los años cincuenta de Bogotá, que en algo se parece a las películas que vemos de esa época, como Grease y otras. Llegó un estudiante ibaguereño de medicina, de familia conservadora, al otro lado de la calle en Chapinero. La familia Niño era bien conservadora y mi abuelo Pedro Antonio había decidido también abrir una segunda casa en Bogotá, para proteger a su familia y expandir sus negocios a Bogotá. Las niñas Ballesteros y las niñas Niño se encontraban en el parque que dividía las casas y llegó el día del flechazo. Gloria y Humberto se conocieron y las cosas avanzaron muy rápidamente. Matrimonio en Bogotá, el 11 de agosto de 1956, hoy hace 68 años. Humberto entró a la Armada, donde hizo una rápida y fulgurante carrera, que culminó en 1961, cuando se radicó en Ibagué, donde había nacido en noviembre de 1933.

Esta no es una biografía de mi mamá, apenas unos retazos de su vida, para destacar de que estaba hecha y con que pruebas se formó aquel temple. Destaco apenas otra de las facetas de su vida, la de la atleta “de alto rendimiento”, que como todos sabemos, tiene mucho de físico y buena forma, pero mucho de mentalidad. Aprovecho estos Olímpicos para volver a recordar ese momento especial de su vida, que también fue el de una ciudad entera, los IX Juegos Nacionales de 1970.

Mi mamá había sido una buena yogista y se cuidaba físicamente, cuando llegó la fiebre del bolo y de otros deportes al Tolima, meses antes de los Juegos. La dirigencia deportiva de la época trató de formar deportistas en muchas modalidades que no eran muy conocidas en Ibagué, como los bolos, el beisbol y la esgrima, dentro de los que yo recuerde. A sus 35 años mi mamá le metió todo el entusiasmo al bolo y cuando llegó el momento de la selección, fue escogida sin problemas. Eran todas señoras de más de 30 años, que se iban a enfrentar a tremendas rivales, mucho más jóvenes que ellas. El campeonato se realizaba a finales de noviembre de 1970.

Aquí en Tolima Online, lo he contado. El campeonato femenino de Bolos de los IX Juegos Nacionales se jugó en 4 fechas consecutivas, con 12 equipos de diversos departamentos, incluyendo a Distrito Especial y Fuerzas Armadas. El jueves, las tolimenses iban de décimas, un puesto un poco por debajo de las expectativas. El viernes, pasaron al sexto puesto, que era aproximadamente lo que se esperaba. El sábado comenzó a darse la hazaña, cuando llegaron al tercer puesto, por debajo de Cundinamarca y Valle. Tolima estaba a solo 110 pines del primer lugar.

El domingo 15 de noviembre fue el delirio, pues las tolimenses trabajaron de forma impresionante y lograron la medalla de oro. Descontaron los 110 pines y vencieron por 85 pines a Cundinamarca, quien ganó plata y a Valle, que logró el bronce. Un día memorable, rematado con la premiación con el Bunde sonando a todo pulmón.

Gloria Ballesteros de Niño – Archivo personal

Doris de Montoya, que encabezaba el equipo, logró el oro individual. Mi mamá se metió en las ocho primeras y logró la clasificación en el equipo colombiano para los Juegos Centroamericanos en Panamá en 1971. Orgullo total, para nuestra familia y nuestro departamento. Cuando ahora se habla del derrumbe de algunos deportistas y se les trata de “pechos fríos”, déjenme decirles que ni en 1970, ni en ninguna circunstancia de su vida mi mamá dejó de poner el pecho a la brisa y afrontar las situaciones que enfrentó a lo largo de su vida. Muerte de su hermana a los 13, muerte de su madre a los 14, una crisis económica devastadora a 38, cáncer y viudez a los 49, operaciones de corazón abierto en sus sesenta, mi mamá fue una mujer feliz, que transmitió siempre su buena energía. Nos deja un inmenso legado.

11 de agosto. Recuerdos de los 6 meses de su partida, de los 68 años de su matrimonio. En el cielo estarán juntos mis papás, celebrando su aniversario.

Matrimonio Niño Ballesteros – Archivo personal

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