Historias

Anécdota viajera: Llegando a una estación fantasma

Annie Navia

Annie Navia

Arquitecta de profesión, viajera por vocación y soñadora a tiempo completo. Creo en el viajar como parte del aprendizaje sobre otras culturas. Escribo solo para recordar y compartir aquellas experiencias que enriquecen mis viajes y alimentan mi vida.

Cómo arquitectos, el viajar hace parte de nuestro proceso formativo, así que siempre que lo hago busco incluir en mis rutas algunas obras que me interese conocer.

Ronchamp – Foto Annie Navia

Uno de mis sueños era visitar la capilla de Ronchamp diseñada por Le Corbusier, la cual queda en un pequeño pueblo al oeste de Francia, es un poco alejada de cualquier ruta turística, así que no creí que algún día iría.

Sin embargo, para una semana santa decidimos con Quique viajar a este país y recorrer parte de la obra de este arquitecto. Para llegar a esta capilla en especial, debíamos desviarnos, pero así y todo sabíamos que era una oportunidad que debíamos aprovechar y así lo hicimos.

Salimos de París a las 7:00 de la mañana, tomamos un tren que durante tres horas y media nos llevó hasta Vesoul. Después de 2 horas de espera abordamos un pequeño (muy pequeño) tren que nos llevaría hasta nuestro destino final.

El tren era tan pequeño que no sobrepasaba el tamaño de un bus, así que yo me sentía desprotegida cómo si anduviera en un vagón descarriado que iba recorriendo la red ferroviaria francesa.

A pesar de la angustia de ir en algo tan pequeño (sí, ya lo había dicho, pero es que en verdad era muy pequeño) yo iba muy contenta de sentirme tan cerca de un lugar con el que había soñado toda mi carrera. Sin embargo, no se veía ningún pueblo a la vista y yo comencé a dudar de mi destino.

De un momento a otro el tren se detuvo en medio de la nada, anunció su parada, abrió las puertas y un desolado paisaje se mostró ante nosotros, solo la niebla densa nos acompañaba y asustados, pero sin otra opción, por inercia nos bajamos… no se veía absolutamente nada y no sabíamos si estábamos en el lugar indicado, pero cuando miramos para atrás el pequeño tren (ya les había dicho que era pequeño?) cerró sus puertas de nuevo y partió. Sin más alternativa seguimos hacia adelante buscando algo que nos indicara que aquella estación fantasma era Ronchamp, después de unos cuantos pasos encontramos un insignificante letrero que por lo menos nos confirmaba que estábamos en el lugar indicado. Comenzamos a caminar sin rumbo hacia adelante, hacia lo desconocido… al fondo se divisaba un pueblo.

El lugar resultó tan fantasmagórico como su estación, pero en el camino nos encontramos a un lugareño (de los 4 que habremos visto ese día – asumiendo que hayan sido reales-) y nos indicó cómo llegar a lo alto de la colina, donde se eleva una de las obras más hermosas que uno pueda ver.

Ahora el único fantasma es el recuerdo que existe en mi mente.

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