Opinión

Como reflexión

Adriana Bermúdez

Adriana Bermúdez

Creyente en que con la verdad, todo se puede. Comunicadora social, Magíster en Administración.

Las redes sociales resultaron ser plataformas perfectas para que algunos, sean jueces implacables de la vida de otros. En muchas oportunidades, por ir detrás de un “Me gusta” o un “Retweet”, hay quienes creen que tienen el derecho a hacer juicios y dar sentencias frente a situaciones que nunca han tenido que afrontar.

Esta reflexión la hago debido a las diversas entrevistas concedidas a medios de comunicación donde Rodolfo Hernández ha hecho mención al secuestro de su hija en 2004 y que se han convertido en caldo de cultivo para que algunos juzguen las decisiones que tomaron como familia, como si ya hubieran pasado por lo mismo. Definitivamente, pienso que no podemos dejar que una campaña política nos ciegue de tal manera, perdiendo el norte sobre los sentimientos que albergan las personas en los diferentes momentos de su vida. Sin haber pasado por ello, pensar que las decisiones que tomaron, primero frente a su padre secuestrado por las Farc, y, sobre todo, frente a su hija secuestrada por el ELN, fueron sencillas, es absurdo.

Escucharlo me hizo recordar los finales de los 90 y un poquito después, cuando en Colombia el secuestro era común y muchas familias, algunas con recursos económicos, otras no, tuvieron que sentarse alguna noche o en algún almuerzo, a pensar qué harían si alguno de sus miembros era raptado por algún grupo guerrillero o delincuencial, todo porque los secuestros se convirtieron en un delito de oportunidad. Recordemos el secuestro de la iglesia La María y de la Cabaña, ambos en el Valle y perpetrados por el ELN, que tuvieron como característica la irrupción en el lugar y la toma masiva de rehenes, sin preocupación frente a las condiciones de salud o económicas de los raptados.

Ante situaciones como éstas, muchas familias plantearon sobre su mesa el interrogante ¿Qué hacemos si nos pasa a nosotros o a uno de nosotros? Llevando a discusiones que podían ir y venir entre la decisión de pagar lo que les pidieran, hasta reconocer que eso era incentivar el delito y considerar que la mejor opción era informar al Gaula para que realizara un rescate “a sangre y fuego” en cuanto fuera identificado el lugar de cautiverio. Alguna vez escuché que algunos dejaron notariadas sus decisiones para evitar que algún miembro de la familia se sintiera responsable o, incluso, incumpliera sus deseos por estar en desacuerdo. Fue una época demasiado oscura de nuestra historia, cuando se tenía que decidir qué hacer con la vida de alguien a quien se ama porque, indiscutiblemente, creo que todos pensamos que por nuestros seres amados daríamos hasta nuestra propia vida… Pero es este caso, ni eso podía ser suficiente para los bandidos.

No quiero entrar a controvertir si la decisión que tomó una familia era la correcta o no, porque en los casos donde se pierden vidas, considero que las decisiones solo son difíciles, pero sí quiero que tratemos de tener un poco de empatía antes de empezar a copar los caracteres de una red social para darle tinte político a una tragedia. No perdamos de vista que esta familia ya había padecido un secuestro, ya tenía una experiencia y es ella la que seguramente, les hace reflexionar sobre las reales opciones que pueden llegar a tener, tanto ellos como Laura Juliana.

Para nadie puede ser sencillo tomar una decisión de este calibre, sobre todo sabiendo que el desenlace puede ser fatal, pero creo que lo que se hace es poner en una balanza los pros y los contras de cada opción… Y tomar la que afecte a menos personas, porque como lo decía Hernández “… después cogían a Socorro, y después cogían al otro. Eso no tiene fin… Son bandas delincuenciales…” y creo que es claro que en los delincuentes no se debe confiar.

Paz en la tumba de Juliana, fortaleza a su familia para superar esto y un poco de sensatez a tanto juez implacable de la verdad y la razón, porque, Dios no lo quiera, ninguno sabemos si algún día nos tocará estar de ese lado de la historia.

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