¿Justicia injusta?
La semana anterior en Bogotá, el juez 28 de la Fiscalía otorgó la medida de casa por cárcel a cinco jóvenes de la ‘primera línea’, imputados por los delitos de terrorismo, tentativa de homicidio, daño en bien ajeno, lesiones personales, concierto para delinquir y secuestro simple, debido a los daños que ocasionaron durante los desmanes del paro, cuando destruyeron buses y atacaron policías.
La Fiscalía solicito prisión para estos jóvenes porque los considera un peligro para la sociedad, pero al parecer, el juez estuvo en desacuerdo con esa apreciación y consideró extrema la medida de aseguramiento, pensó que era ‘excesivo’ enviarlos a la cárcel y, por ello, les dio casa por cárcel, donde estarán al cuidado de… su familia, supongo, porque todos sabemos en dónde y qué terminan haciendo los delincuentes que son enviados a casa: en la calle y delinquiendo nuevamente, porque no tenemos un sistema que nos permita ser rigurosos supervisando este tipo de sindicados.
La muestra de ello la dio este fin de semana Jonathan Steven Cortés, líder de la ‘primera línea’ en Bogotá, quien no tuvo inconveniente en aprovechar su casa por cárcel para amenazar a los padres a través de sus redes sociales, diciéndoles que si veía a los niños disfrazados de policía los iba a patear, evidenciando que la bondad y buena intención que tuvo el juez con él al no enviarlo a la cárcel, él no las tiene con quienes piensan diferente.
Sobre el juez, creo que tuvo la intención de no exponer menores de edad carentes de formación férrea y buenos valores a un mundo aún más difícil, intramuros, del que pocos salen impolutos y convencidos que deben cambiar sus vidas, sino que, por el contrario, les sirve como ‘escuela’ del delito para aprender aquello que no sabían o para perfeccionar las técnicas que ya conocían, esto, debido a que nuestro sistema no tiene la capacidad para garantizar que en estos lugares se les preste una verdadera atención que les permita resocializarse y regresar para servir a la sociedad de la que forman parte.
A los jóvenes, no puedo culparlos. Son el fruto de una sociedad descompuesta que les ha vendido ideas erradas sobre cómo alcanzar sueños. Son el producto de una descomposición social y familiar que les ha llevado a crecer sin la formación en valores necesaria para constituir la sociedad que en realidad necesitan porque, lógico, no saben cómo crearla.
Pero es innegable que la mayoría esperamos que la justicia cumpla con la promesa de “Dar a cada quien lo que corresponde” y estos jóvenes, de nuevo en la calle sabiendo que la ley puede esquivarse, no representan un buen augurio para nadie, mucho menos ahora que la minga indígena anuncia manifestaciones en diciembre.
En definitiva, la justicia debería evaluar las decisiones de los jueces y, cada que uno tome una medida de éstas, debería hacerle seguimiento a las consecuencias que ésta traiga y hacerlos responsables. Quizás así, comenzaremos a prestarle mayor atención a la justicia, a las decisiones que en su nombre se tomen y a tratar de poner en orden nuestro sistema penitenciario, lleno de falencias.