Historias

La cotidianidad de la pandemia

Martha Lucía Barbieri

Martha Lucía Barbieri

Comunicadora Social -Yo soy la que soy –

Siempre me ha inquietado el comportamiento humano, observar las interacciones sociales, conductas, procederes individuales y las magnitudes estructurales que esto pueda tener llama mucho mi atención. Estos pandémicos días no son la excepción, analizar la cotidianidad de los individuos en los tiempos del Covid-19 es un magnifico estudio sociológico y espero con ansias los maravillosos libros que llegarán a mis manos sobre la sociología de la pandemia. Con toda seguridad muchas tesis de grado se están gestando en este momento.

Nos encantan las anécdotas, son simpáticas y ligeras para leer y eso es lo que termina siendo nuestra vida, un anecdotario. Después de subirme en dos aviones llegué a Bogotá a finales de noviembre del 2020. Salí de una ciudad en los Estados Unidos en un vuelo domestico con destino a Miami, fue un viaje lleno de gente y de alcohol, pues lo iba propagando casi tanto como respiro. Para mi es casi natural lo del alcohol en el avión, no porque lo beba, sino porque desde hace mucho tiempo cada vez que viajo tengo como costumbre esparcir un líquido llamado Eucasol (una esencia alcoholizada) por el pasillo, las sillas y las mesas; es bien sabido que las mesitas de los aviones son más contaminadas que un baño público o un control remoto. La salida del avión fue bastante ordenada, acatando las indicaciones del capitán y los auxiliares de vuelo. Eso sí, ya el trayecto Miami – Bogotá fue distinto, sucedió lo predecible, cuando el aparato frenó en seco se levantaron todos de sus sillas a concurrir el pasillo y salir a empellones.

En la ciudad fui invitada a un restaurante junto con mi familia. Se hizo previa reserva en una terraza para cinco personas. Era mi primera vez en un restaurante desde hacía casi un año y todos estábamos con bastantes prevenciones, más concentrados en cuidarnos que en la tranquilidad de la cena. Llegó el mesero con el menú en un tablero escolar y luego con todo el protocolo acomodaba las servilletas que difícilmente intentaba pinzar con un par de cubiertos. En ese momento lo imaginé minutos antes poniendo las mismas servilletas con sus manos en la bandeja y en cómo nos dejamos convencer por una imaginaria y falsa seguridad. Cuanta falta me hizo hurgar y releer la carta tradicional.

Casi tengo un rosario de anécdotas con mis contadas salidas durante los últimos doce meses. Un día quedé estupefacta al ver como uno de los chicos del supermercado ayudaba a una señora mayor a abrir una de las bolsas plásticas que están al alcance para las frutas y verduras. Él con poca asepsia en sus manos trataba de despegar la bolsa, cuando lo logró y con su tapabocas que fungía como hamaca sopló y sopló (como el lobo de los Tres Cerditos) para que la bolsita quedara bien abierta. Aún no supero la escena.

Por los días de diciembre, mientras todos celebraban, yo estaba en algunas citas médicas rutinarias que ya no podía posponer. Llegué a un consultorio y la persona que me recibió en la entrada del edificio tomó mi temperatura y mostrándome la pantalla del termómetro con propiedad me dijo que marcaba 35 grados y que podía seguir porque mi temperatura corporal estaba muy bien. Con 35 grados estaría hipotérmica y aunque sí quedé con confusión mental y algo de torpeza después de escucharlo, decidí tomarme la situación con buen humor. Ya en el consultorio debía diligenciar unos formatos protocolarios, me alistaba para guardar mi bolígrafo en la cartera cuando una mujer desconocida, casi abalanzándose, me pidió que se lo prestara para que ella pudiera llenar su información. Le dije que eso no sería posible y que seguramente alguna de las secretarias tendría alguno, era la primera vez que me negaba a prestar un esfero. Entonces pensé en ese momento en la falta de sentido común de algunas personas y en que, si bien es cierto que no se nos ocurre algo tan simple como llevar nuestro propio estilógrafo, al menos si se debería pensar que es bastante osado usar los ajenos por estos días. Si ya en tiempos no pandémicos llevo mi propio bolígrafo y no me gusta prestarlo, imagine en los días del Covid.

Ya no utilizo los elevadores, voy por escaleras los pisos necesarios, sin embargo, como nada es infalible debí tomar el ascensor un día que las escalinatas del lugar al que iba estaban en reparación. Dejé subir a mucha gente intentando ingresar sola en alguno de los viajes, me demoré lo suficiente y cuando lo logré, intempestivamente alguien apareció como de la nada y detuvo el ascensor para ingresar. Le expliqué que no podía entrar porque subiría yo sola sin ningún desconocido y me había tomado mucho tiempo lograrlo. La persona entendió y me dijo que no se le había ocurrido, después de varios adioses y una sonrisa sin rostro logré subir.

Las historias siguen y el día que fui a tomar un café no fue la excepción, después de la charla, los chistes y recuerdos mi acompañante y yo decidimos tomar la selfie para la posteridad. Los comensales de la mesa del frente seguro observaban mis maromas para lograr la foto y gentilmente se ofrecieron a ser ellos quienes capturaran el momento. Agradecí y le dije a la persona que no, que me gustaba tomar mis propias fotos y entonces pensé en por qué alguien querría agarrar el celular de un desconocido para tomarle una foto en plena pandemia.

Podría seguir enumerando situaciones. Las señales pandémicas están por todas partes, muchas incluso caen en la obviedad, sin embargo, seguimos llenos de errores diarios. Ya no sabemos en qué momentos podemos ser flexibles en la vida cotidiana, sencillamente porque la vida cotidiana se nos condiciona. Vivimos en la absurda invisibilidad del virus y su rápida y visible propagación, permanecemos en restricciones sociales, en este giro abrupto de la tierra. Seguimos inmersos en la pandemia hablando de un mundo posterior (quizás inexistente) al Covid-19, lo primero es actuar con coherencia para que algún día lleguen los deseados tiempos post pandémicos.

Porque es jueves de volver a lo que fue, lo que es, lo que siempre será… porque “lo cotidiano es lo más difícil de descubrir” y porque innumerables anécdotas vienen por contar.

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