El Arte de Sobrevivir en Cartagena

De los carretilleros de Manga a los vendedores ambulantes del Centro Histórico, y de las playas de La Boquilla a las de Bocagrande, solo he encontrado gente amable, trabajadora y extremadamente creativa.
Las carretillas de frutas y verduras en Manga son obras de arte que adornan las calles del barrio. Cada mujer que ofrece masajes en la playa —con un balde de agua salada en una mano, una silla portátil en la otra y un frasco plástico relleno de crema de aloe vera en el bolsillo de su blusa— es una escultura del trabajo.
Lo mismo ocurre con cada vendedor de joyas en el centro o en la playa: venden piezas hechas con piedras, caracolitos, pescaditos o tortuguitas color marfil, de materiales muchas veces indescifrables, que disponen metódicamente sobre telas en el piso, mostradores portátiles o, incluso, sobre sus propios brazos.
¿Por qué, si se trata de un trabajo tan esmerado y tan arduo, resulta tan difícil para todos ellos alcanzar una vida digna, con las mismas oportunidades que quienes administran otras empresas? Eso me pregunto al verlos y fantasear con la idea de mudarme para Cartagena y trabajar como vendedora de frutas, de joyas, de sombreros… o de masajes. ¡Sería imposible pagar todas mis cuentas! ¿Tendría que vivir en la pobreza?
La informalidad laboral genera inestabilidad en el empleo y bajos ingresos; además, implica la falta de acceso a seguridad social (salud, pensión) y afecta negativamente la calidad de vida de los trabajadores y sus familias.
Entre diciembre de 2024 y febrero de 2025, Cartagena registró una tasa de informalidad del 49,0%. Aunque se logró una reducción mayor que en otras ciudades, la cifra sigue por encima del promedio nacional, y es la más alta entre las principales capitales de Colombia.
Sueño con un mundo en el que ningún trabajo hecho con amor y talento nos condene a la pobreza.
¿Cómo podríamos lograrlo?




