Historias

Gabofagia, Gabofobia, Gabofilia

Hernando Urriago Benítez

Hernando Urriago Benítez

Profesor Escuela de Estudios Literarios

Facultad de Humanidades, Universidad del Valle.

Cada persona en Colombia debería recordar, así como el coronel Aureliano Buendía recuerda el momento exacto en que su padre lo llevó a conocer el hielo, cuándo ocurrió su primer encuentro con las páginas de Gabriel García Márquez.

En mi caso sucedió a finales de 1985, año de la publicación de El amor en los tiempos del cólera. Me llamaba la atención desde que llegó a casa a manos de uno de mis tíos ese ejemplar completamente amarillo, con manchas negras en la portada, donde podían verse un barco a vapor y la efigie del autor publicado por la legendaria editorial La Oveja Negra. Durante varios días seguidos conocí el extraordinario poder de seducción de aquella prosa que reinventaba el mundo, al tiempo que lo ponía a resonar de otro modo en el pentagrama de la ficción literaria.

Me convertí en gabófago y por esto quise devorar lo que del autor hubiera no tanto en casa sino en bibliotecas escolares y librerías de Cali: El otoño del patriarca, La Hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba, Ojos de perro azul y aquel cuento que selló mi gabofilia: La increíble y triste historia de la cándida Eréndida y su abuela desalmada. Esa gabofilia, ese azaroso y agradecido amor por la ejecutoria estética de un autor que embelesó a extraños y a propios, entre ellos a Mario Vargas Llosa, quien erigió el que fuera por mucho tiempo el mayor estudio crítico de referencia en torno a García Márquez, Historia de un deicidio, publicado en 1971.

¿Por qué es casi imposible escapar al influjo de Gabriel García Márquez? Porque, de entrada, en las primeras frases de casi toda su obra, el narrador se propone subyugarnos, bien sea porque nos anuncia en esas breves líneas de apertura todo lo que ocurrirá más adelante, bien sea porque nos sitúa en la cuerda floja de una situación intrigante que amerita la persecución de un rastro, la prolongación de la sed non satiata por los relatos que es inherente al ser humano. García Márquez mantuvo la idea de que al lector es necesario hipnotizarlo al revés, es decir, mantenerlo despierto en el sueño que la obra edifica. Si esto no se logra, el autor habrá fracasado. Y he aquí la génesis de toda gabofilia.

Pero no sólo están el narrador y su discurso, al que se ha señalado desde muchos lugares comunes como emblemático del “realismo mágico”, sino también sus personajes, aquellos arquetipos de la sabiduría, el absurdo, el fracaso, el amor y el desamor, y la soledad, siempre la soledad: Úrsula, Pilar Ternera, Fernanda del Carpio, José Arcadio Buendía, Blacamán el bueno, Nana Daconte, Florentino Ariza y hasta el mismo Bolívar camino a esa forma más letal de la muerte, el olvido.

Pero también, por obra y gracia de los buenos y malos imitadores que abundaron después de la concesión del Premio Nobel de Literatura en 1982, aquella gabofilia vivió su contraparte, la gabofobia: de pronto encontré sospechosa la repetición de un estilo que aun cuando es la divisa de todo orfebre literario puede convertirse en lastre, en vaivén monocorde, en truco ya manido. Al respecto se dice que García Márquez ya había fundado su estilo y su mundo mucho antes de Cien años de soledad, es decir, en obras como La mala hora y La Hojarasca. Pasado el tiempo creo que la gabofobia tuvo que ver menos con el mismo García Márquez y más con sus buenos y malos emuladores o simuladores; en aquella crítica literaria que repitió hasta la extenuación el ritornelo del “realismo mágico”, en detrimento no sólo de la orfebrería verbal de esa creación de mundo sino en contra de los temas que este universo garciamarquiano expresa. Pero también está esa otra forma de gabofobia que traen la ignorancia y el fanatismo de algunos sectores retrógrados en Colombia que siguen tachando a García Márquez de “comunista” y “vendepatria” por sus filiaciones políticas.

Me parece que de todo esto debe quedar en consecuencia el aprecio crítico por el autor y sobre todo por su obra, que es lo que realmente cuenta y por lo cual García Márquez trazó batalla vital y consecuencia estética. De ahí que destaque los trabajos de especialistas como Ángel Rama, Jacques Gilard, Hassan El Baz Iguider (autor de una tesis doctoral sobre Vivir para contarla), Arundhati Bhattacharya (crítica literaria y traductora bengalí) y Juan Moreno Blanco, quien desde la academia en Colombia ha publicado estudios recientes sobre la interculturalidad, la presencia wayuú y la oraliteratura en las páginas del demiurgo de Macondo, además de que ha organizado antologías de ensayos sobre la relación entre literatura y memoria en la trayectoria narrativa (cuentos, novelas y periodismo) del escritor cataquero.

Un autor literario se convierte en clásico porque su obra vence al tiempo, logrando instalarse en el imaginario humano más allá de un país, de un continente o de una lengua. Así ocurre con Gabriel García Márquez. Desde mi gabofilia nacida en los ya lejanos años 80 del siglo XX quiero pensar como entonces lo hacía: que Gabo no es Dios, aunque se le parece.

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