Opinión

¿Por qué no éramos de Cristal?

Sara Moreno Ruiz

Sara Moreno Ruiz

Columnista Invitada

Varias personas y el algoritmo de mis redes sociales me habían recomendado la serie Adolescence; me demoré en verla porque, como madre de dos adolescentes, me sentía vulnerable a los peligros que pudiera plantear la serie, pero esta semana la vi.

Con la maternidad aprendí que los humanos necesitamos “ser queridos” para poder vivir saludablemente. Pero ser queridos no es, nada más, tener a una madre, un padre y una familia que nos quiera. Ser queridos es poder ser cómo somos y ser valorados por ello. Del color que somos, de la estatura que somos, con las facciones y las habilidades que tenemos. Eso no sucede siempre porque nos hemos inventado una serie de escalas para medir nuestras características y habilidades.

Cuando yo crecí, había que medir 90-60-90, por ejemplo. También cuando crecí, y todavía, ser bueno para las matemáticas desde “kindergarten” era mejor que no serlo. O estar quieto. Los niños y las niñas (en el caso de mi colegio) que no pudieran quedarse quietos todo el tiempo eran castigados por ello. En cambio, a las que éramos quietas nos premiaban por buena conducta.

Cuando yo era adolescente, comer pavo significaba que ningún niño te sacaría a bailar en una fiesta. La mayoría nos movíamos en la silla para indicar que queríamos bailar y no tener que pasar por la vergüenza de “comer pavo”. A las niñas “bonitas” les decían que estaban buenas y a las “feas” que eran babillas.

Por suerte, en esa época no teníamos que enfrentarnos a esas calificaciones el día entero en las cuentas de Instagram y de Tik Tok en nuestros teléfonos. En esa época, jugábamos en la calle después de un día de castigos o malas notas en el colegio. Después  de haber comido pavo en una fiesta, venía un domingo de finca, piscina o playa con los primos. Después de haberte enterado de que alguien pensaba que eras fea como una babilla, te encontrabas con un tío o una vecina en una esquina y se te olvidaba por un tiempo y, eventualmente, por completo.

En esa época, era mucho más difícil que cualquiera de esas malas experiencias se convirtiera en el centro de tu vida.

Hoy en día es distinto. Hoy en día no es como en mi época que la revista Cromos, con las fotos en vestido de baño de las reinas mostrándote “cómo debías ser”,  llegaba a la casa sólo de octubre a noviembre. Hoy en día los niños y las niñas están expuestos todo el tiempo a las medidas que, supuestamente, deben tener. En lo físico, en lo intelectual y en su forma de ser.

Hoy en día esas malas experiencias, con mucha más frecuencia, se vuelven el centro de la vida de los adolescentes. Y los enferman.

Nunca  antes en la historia de la humanidad había sido más importante que ahora que los niños puedan descubrir y desarrollar sus habilidades. En sus entornos familiares, y en el colegio. Es decir, ser queridos completamente.

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