Historias

Viendo química

Martha Lucía Barbieri

Martha Lucía Barbieri

Comunicadora Social -Yo soy la que soy –

Les contaré una historia:  en mi casa de niñez mis padres encendían velones al Divino Niño y a la Virgen. Una velita por esto, una velita por aquello, una velita por lo otro, siempre había un motivo para elevar una plegaria en torno a esa luz y unir lo humano con lo divino. Eran cirios y velas con el dibujo de la simpleza, nada orgánicas, sin empaques fastuosos y cuyo propósito venía cargado de intención espiritual, era un objeto con fin casi mágico y nada decorativo.

Nuestras velas votivas se cuidaban solas, puedo asegurar que en ocasiones salimos dejando el fuego encendido y confiados en el propósito que habíamos puesto en esa candela.

Conservo el encantamiento desde esos días de infancia y me sigo maravillando con esas partículas incandescentes. Ahora, años después, en mi rol de señora siempre tengo muchas velas. Las busco principalmente de soja, estearina y cera de abejas, de diferentes aromas, colores, formas, texturas…hasta con el sonido del craqueo de la llama, porque también me gusta su crepitar. Siempre uso cerillas para encenderlas y jamás un soplido para apagarlas, excepto las de mi cumpleaños.

Foto archivo personal

Probablemente mi rito y ceremonial de luces pretende hacer honor a mi nombre, deseando iluminar a quienes andan en tinieblas. Descubrí con los años que con cada pequeña llama trémula busco conjurar mis propios miedos. aclarar la lobreguez y la penumbra de mis dolores no sanados y así dar fulgor a mi propia tenebrosidad. Incluso las velas que obsequié en el novenario de mi madre pretendían ayudar a esclarecer un poco mis peores umbras.

También con el tiempo noté que muchas de mis noches traen desvelo o duermevela, me acostumbré al ceremonial, a tenerlas como herramienta, al resplandor de la lumbre, a contemplar sin afán sus destellos y verlas arder hasta llegar a un estado sereno, casi meditativo, en donde los pensamientos se apaciguan. Encender velas es medicinal. No hay duda de su valor terapéutico.

El ritual del fuego, la adoración del mismo, calentarnos, iluminarnos. Que bien hizo Prometeo al robar el fuego a los dioses para dárselo a los hombres. No es casualidad que flamas y ceremoniales de luz nos acompañen en diversos eventos y situaciones, en distintas religiones y culturas, en la iconografía y el arte, no es casual que el contacto afectivo esté relacionado con el calor.

El elemento fuego, ese de energía vital que está en nuestro plexo solar, el que crea y arrasa, el que transmuta y nos transmuta, regenera y purifica, el de la alquimia y los hechizos, el amalgamador, el de las pasiones y los chamanes ancestrales.

Foto archivo personal

Voy a revelar que tuve un novio maravilloso con el que hacíamos velas artesanales a fin de venderlas a los más cercanos y tener algo de dinero para ir al cine, que curiosamente estaba en penumbras cuando llegábamos. Pasamos buenas veladas también.

En mi memoria siguen las reconfortantes velas de mi niñez, como en ellas hay llamas que no se apagan, de otras sólo quedan los rescoldos de la hoguera.

Porque es jueves nuevamente, ese de volver a lo que fue…porque todos somos luz y oscuridad, porque siempre habrá un fuego y una llama por ahí, porque somos como la fragua que nos forja.

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