Opinión

¿Y si fuimos las que fallamos?

Adriana Bermúdez

Adriana Bermúdez

Creyente en que con la verdad, todo se puede. Comunicadora social, Magíster en Administración.

Hoy compartiré una opinión honesta, pero seguramente, impopular. El pasado 8 de marzo, conmemoramos el Día de la mujer, ocasión dedicada para festejar que las mujeres obtuvimos identidad electoral, que fuimos elevadas de nivel porque accedimos supuestamente, a los mismos derechos que tienen los hombres, producto de la lucha de tantas mujeres que incluso, murieron en el proceso.

Y aunque celebro cualquier síntoma de superación, aún sigo sin entender por qué decidimos que el objetivo de nuestra vida era ser iguales a los hombres cuando, a todas luces, son las diferencias las que nos enriquecen, nos complementan y nos fortalecen para conformar nuestra sociedad.

Ese día, El Espectador, tituló su editorial «Día de reconocer que se le ha fallado a las mujeres» haciendo alusión a la falta de políticas públicas «eficientes y útiles» para atender violencia de género o intrafamiliar, requerimiento que considero pertinente, necesario e indispensable. Sin embargo, también hacen referencia a que aún se presentan obstáculos para acceder al aborto, solicitud imperante, aunque en nuestro país está permitido hasta las 24 semanas de gestación y, superado ese tiempo, en tres casos: violación por acceso carnal violento o inseminación artificial no consentida; riesgo de vida de la madre o el feto, certificado por médico o psicólogo o por malformaciones en el bebé.

Pero parece que esas concesiones no son suficientes para las feministas. La lucha que adelantan busca que las mujeres puedan asistir a un médico un día cualquiera, a cualquier altura del embarazo y decirle «No quiero este bebé», para que el galeno tenga la potestad de interrumpirlo, lo que considero atroz, básicamente porque esa solicitud es hecha por mujeres que prefieren acabar con una vida, que responsabilizarse de sus actos.

Y es que las causas feministas en muchas oportunidades, parecen desproporcionadas. Sólo es revisar lo que pasó en varias ciudades con las marchas ese día, que fueron aprovechadas para vandalizar estaciones del sistema de transporte público en Medellín; para atacar a un periodista en Cúcuta e intentar ingresar a la fuerza al medio donde trabaja, lanzando botellas plásticas con tinta, agua o sangre; y hasta intentar incendiar a un grupo de policías con lanza llamas en Bogotá, además de deteriorar y violentar varios monumentos y lugares que, curiosamente y a la larga, tendrán que ser limpiados por mujeres. Al menos, por solidaridad y respeto de género, deberían revisar a quién le toca hacer el trabajo sucio que ellas ocasionan.

Hoy, revisando estos hechos, escuchando estas solicitudes y analizando la sociedad que tenemos con delincuencia, bullying en los colegios y universidades, personas que abusan de otras en todos los sentidos y por cualquier razón, jóvenes que no se comprometen con su familia ni con su trabajo, inmersos en una sociedad ausente de valores, de ética y hasta de moral, me pregunto, ¿no seríamos nosotras, las mujeres, las que le fallamos a nuestras familias y a la sociedad, al dejarlas solas, sin la posibilidad de construir mejores valores y principios?

Porque no podemos desconocer que la ausencia en nuestros hogares se nota, pesa, porque dejamos de estar en los primeros años de formación de nuestros hijos y para acompañar a nuestros padres en los últimos. Ahora, nos desenvolvemos en el mundo profesional para tener con qué matricular a nuestros hijos en el jardín lo más temprano posible y para poder pagar el hogar geriátrico para nuestros padres. Quizás, si estuviéramos en casa, pendientes de nuestra familia, generaríamos lazos que nos evitarían entregarle un celular o tableta al niño para que no moleste en medio del almuerzo y estaríamos dispuestos a atender las necesidades de nuestros ancianos, que llegan a un punto de la vida en el que solo reclaman nuestra atención y cuidado.

Nos convencieron de que era más importante una carrera profesional y resaltar sobre los hombres, que la formación en valores de los hijos o de cualquiera que haga parte de nuestra vida, porque, con nuestro ejemplo, también aportamos en la formación de sobrinos, primos y hasta de hijos de los amigos; pusimos por delante nuestro afán de resaltar, sin darnos cuenta del papel protagónico que teníamos como dadoras de vida y formadoras de seres humanos conscientes, que aportan en el mundo para hacerlo crecer y fortalecerlo.

Y no digo que todas las mujeres deban ser madres, es claro que no y soy una fiel convencida de que muchas, ni siquiera merecen el título, básicamente porque no saben ejercerlo. Conozco a otras, fabulosas como profesionales que no quieren ejercer la maternidad, lo que considero válido y respetable. También conozco a madres trabajadoras maravillosas, que saben conjugar sus obligaciones familiares y laborales con una pericia envidiable, pero, en general, sí pienso que decidimos salir prematuramente del hogar y le dimos la oportunidad a otros factores que vinieran a remplazarnos en la construcción de nuestra familia, como los celulares y las redes sociales.

Considero que, como mujeres, debemos continuar luchando por el respeto de nuestros derechos, pero no podemos perder de vista nuestros deberes. Nuestra familia es el principal de nuestros compromisos, fortalecer la formación de nuestros niños y jóvenes demostrándoles con nuestro ejemplo qué esperamos de ellos, nuestro objetivo.

“La mujer salió de la costilla del hombre, no de los pies para ser pisoteada, ni de la cabeza para ser superior, sino del lado para ser igual, debajo del brazo para ser protegida y al lado del corazón para ser amada”. ― Talmud

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