Opinión

El despertar de la marmota

Luis Carlos Rojas García

Luis Carlos Rojas García

Escritor

Mucho antes de la llegada del invierno la marmota salió de su casa subterránea por última vez. Había olvidado algunos pequeños detalles que no deseaba, por nada del mundo, dejar pasar. Eran algunas cositas de último momento como: un poco más de pasto, algunas raíces y una que otra flor que le serviría para dormir y soportar plácidamente las bajas temperaturas de la temporada fría.

La marmota recogió sus cosas y le echó un último vistazo al poco verde que aún sobrevivía y después desapareció como siempre lo hacía para esas fechas. Cubrió con cuidado las puertas de entrada y salida, porque las marmotas son especialistas en excavar por si no lo sabían, y después de acomodar su cama se acostó.

Durante la cuarentena, soñó con la primavera, con sus otras amigas las marmotas, las liebres, los conejos, los cuervos que, en ocasiones, le causaban mucho miedo, el sonido de los pájaros y, sobre todo, soñó con el calor que le ayudaría a desentumecer su cuerpo.

Su reloj biológico estaba ajustado para sonar cuatro o cinco meses después de aquel primer día bajo tierra. Sin embargo, no habían pasado tres meses cuando la marmota, por primera vez, se despertó antes de tiempo.

Como todo ser vivo que es privado del placer del sueño, se levantó malhumorada, caminó hasta una de las entradas y corrió la puerta de barro, ramas y hojas y se sorprendió al ver que algunos rayos de sol entraban hasta la profundidad de su madriguera.

Cerró rápidamente y regresó a su cama, segura de que todo se trataba de un mal sueño. Se arropó de pies a cabeza con sus tallos y hojas e intentó dormir. Sin embargo, al cabo de un par de horas la marmota despertó sobresaltada luego de tener una horrible pesadilla.

No pudo dormir más, la pesadilla había sido realmente espantosa. Había soñado con la muerte, pero, no era una muerte natural, no; había soñado con la muerte a través de un depredador, pero, no era un depredador cualquiera, no era el zorro, ni el águila ni ningún otro animal. Había soñado con el hombre.

Soñó que el hombre se encontraba a travesando una penosa situación por culpa de una pandemia que él mismo había provocado y que en su egoísta afán de conservar su vida, había generado mucha más contaminación de la que ya solía generar.

La marmota se sintió abatida, triste, como cuando uno se despierta de esos sueños que causan aflicción, aunque ya estemos despiertos. Sintió entonces un aterrador miedo de salir, pero, sabía que su reloj biológico se había activado y no era casualidad. El invierno había terminado antes de tiempo y la primavera tocaba a su puerta.

¿Qué habría pasado? Se preguntó inquieta la marmota ¿Sería el hombre el causante de semejante descontrol? Respiró profundo y decidió salir a inspeccionar. Al fin y al cabo, nada tenía que perder. Saldría y encontraría a la lluvia y al pasto quemado por el frío, a la nieve derritiéndose y a la naturaleza entera preparándose para darle paso al verde una vez más.

Caminó lentamente por uno de sus túneles siguiendo la luz al final. Cuando por fin llegó a la superficie se dio cuenta que su pesadilla se había vuelto realidad.

Encontré a la marmota muerta, parecía un tapabocas o una basura más, arrojada por alguien o por todos esos a quienes no les importa cuidar este, su hogar. Encontré a la marmota muerta y no tuve más remedio que echarme a llorar porque la marmota nunca más va a despertar.

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