Opinión

Nos condenamos a repetirnos

Juan Carlos Aguiar

Juan Carlos Aguiar

Periodista

Lo imagino sentado en una silla café, de cuero raído, frente a un viejo escritorio de madera, de esos que usaban nuestros mayores. Su mirada perdida buscando las palabras precisas, y en su mano, que reposa sobre un papel, un lápiz a medio usar. Escribe suave, con letra firme y elegante, sin pensar que esas palabras serán repetidas y cantadas por muchos en los años venideros. Tampoco imaginó que aquel papel se mantendría vigente por décadas, sin que nada o nadie pueda cambiarlo. Ese escrito lo conocemos en forma de canción y se llama «A quién engañas abuelo», del inolvidable maestro Arnulfo Briceño: 

«A quién engañas abuelo, yo sé que tú estás llorando. Ende que taita y que mama, arriba tán descansando. Nunca me dijiste cómo, tampoco me has dicho cuándo.
Pero en el cerro hay dos cruces que te lo están recordando.
 

Bajó la cabeza el viejo y acariciando al muchacho. Dice tienes razón hijo, el odio todo ha cambiado. Los piones se fueron lejos, el surco está abandonado. A mí ya me faltan fuerzas, me pesa tanto el arado. Y tú eres tan solo un niño pa sacar arriba el rancho. 

Me dice Chucho el arriero, el que vive en los cañales. Que a unos los matan por godos, a otros por liberales. Pero eso que importa abuelo, entonces qué es lo que vale. Mis taitas eran tan buenos, a naides le hicieron males. Solo una cosa compriendo que ante Dios somos iguales. 

Aparecen en elecciones unos que llaman caudillos. Que andan prometiendo escuelas y puentes donde no hay ríos. Y al alma del campesino llega el color partidiso. Entonces aprende a odiar hasta quien fue su buen vecino. Todo por esos malditos politiqueros de oficio. 

Ahora te comprendo abuelo, por Dios no sigas llorando«. 

Cuentan que Arnulfo Briceño la escribió durante los primeros años de la década de los setenta, en el siglo pasado, cuando, atrapado en los recuerdos de los años de la violencia partidista, terminaba sus estudios de Derecho en la Universidad Libre de Bogotá. Muchos lo conocían por sus letras de canciones, su melodiosa voz y su talento con la guitarra. 

Hace unos días, casi a las cuatro de la mañana, hablaba con mi amigo Yezid Baquero en el patio de mi casa, cuándo él trajo a colación esta canción y la buscamos para escucharla. Han pasado más o menos 50 años desde que la escribió Briceño y más de 70 desde que asesinaron a Jorge Eliecer Gaitán y desataron la llamada violencia partidista, en la que liberales y conservadores se asesinaban por pensar diferente. Muchos años y los colombianos no hemos aprendido de nuestra propia historia, tanto que esta canción ya es muy vieja, pero su esencia se sigue repitiendo en los campos, pueblos y ciudades de nuestro país. Nos seguimos matando por pensar diferente. 

Cuenta mi papá, que una noche, a finales de los años cuarenta, mi abuelo Alejandro lo tenía a él en sus piernas, con un revolver Smith & Wesson de cinco balas en la mano, mientras esperaba, sentado en su cama, a que tumbaran la puerta de su habitación para matarlos. Los salvó un amigo, Calixto Lozano, del partido Conservador, que pidió que los dejaran en paz. Horas más tarde se fueron de San Antonio, Tolima, para don Alejandro nunca volver. Mi padre solo regresó hace unos años. Dicen que esa noche allí mataron a más de mil personas. Una historia que se sigue repitiendo. Los llamaban Chulavitas y Pájaros, ahora les decimos Paramilitares y Guerrilleros. Lo único que no cambia es el color rojo de la sangre que riega nuestros campos haciéndolos fértiles a la violencia. Bueno, y nosotros que seguimos repitiendo, sin cansarnos: «A quién engañas abuelo». 

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