Opinión

PARECE QUE FUE AYER Nostalgias y esperanzas en el año de la pandemia por Covid 19

José Aníbal Morales Castro

José Aníbal Morales Castro

Era uno de esos seres universales, tan universal como es hoy la pandemia del coronavirus. Es posible que sus versos convertidos en canción hayan llegado hasta los más recónditos lugares del planeta.

Parece que fue ayer
Cuando te vi
Aquella tarde en primavera
Soy tan feliz
De haber vivido junto a ti
Por tantos años

A un cantor universal se lo ha llevado una enfermedad universal. Todos estamos destinados a finalizar la existencia, de alguna manera, en brazos de la parca que nos espera para llevarnos al sueño eterno. Es casi la única certeza plena que podemos afirmar sin hesitación. Sin embargo, quisiéramos que todos los seremos humanos, y, por sobre todo, aquellos a quienes por alguna razón amamos entrañablemente, se vayan por la puerta natural y despedidos cariñosamente por los que les suceden en la existencia vital. Por ello, repudiamos la guerra, pues sabemos que bajo su yugo, por lo general, son los padres los que ven morir a sus hijos. Deseamos que todos podamos partir como lo reclamaba el bardo apóstol de la libertad de América, José Martí: “Yo quiero, cuando me muera, /sin patria, pero sin amo/, tener en mi tumba un ramo de flores y una bandera/ No me pongan en lo oscuro /a morir como un traidor: ¡Yo soy bueno, y como bueno, moriré de cara al sol!

Nuestras vidas fueron endulzadas, enternecidas, aligeradas, musicalizadas por creadores como Armando Manzanero. Junto a él, fuimos también marcados indeleblemente por otros íconos de los sesenta y los setenta como Sofía Loren y Joan Manuel Serrat. La hermosa figura de la italiana aún convoca las nostalgias de sus idílicos seguidores con su actuación, bordeando ya los noventa años. Y… ¡qué bien que lo hace! El cantor catalán sigue todavía emocionando a sus millones de seguidores en todo el mundo con sus elegías y sonetos a la vida y la esperanza. ¡Sea! ¡Sobrevivid a la pandemia! Tocad con vuestras musas los dolientes corazones de los que hemos sufrido la temprana muerte de tantos y tantas que tanto han hecho por la vida…

Familias casi completas desintegradas por la muerte pandémica, los médicos y enfermeras, los maestros, por qué ellos, por qué mi madre, por qué mi hermano, por qué mi amada esposa o mi hija hermosa, por qué… ¿Por qué a mí?, se preguntan hoy casi dos millones de personas afectados por la muerte de un ser querido a lo largo y ancho de la geografía. Pregunta que refleja y expresa sentimientos de dolor y de tristeza pero que evoca también deseos recónditos, profundos y hasta insanos. ¿Por qué no a Trump y a Bolsonaro que se contagiaron y que propiciaron el contagio y la muerte de miles de personas? ¿Por qué no a ellos que calificaron la pandemia como una simple “gripita”, generando con ello el descuido de la prevención por parte de muchos? Bien, la vida no funciona así. No hay “buenos” ni “malos” muertos, recordando a un expresidente que dejó claros, en las palabras dichas, sus sentimientos y ansiedades sobre otros seres humanos.

Sí, con el autor de “Adoro” y “Contigo aprendí” se fueron nuestro compañero educador Hubert, el maestro Luis Carlos Valencia, de la Normal Santiago, la maestra Paola de Simone, quien murió frente a sus estudiantes en la virtualidad, el cantor español Luis Eduardo Aute, la amiga……y tantos más, pero también dos seres cuya existencia fue determinante del camino que hubimos de seguir en la nuestra. Justo cuando Manzanero, Serrat y Sofía llenaban de luz y ensoñación nuestra existencia, el Padre José Miguel Larrañaga ponía su mano salvífica en la cabeza y el corazón de unos cuantos jóvenes, llenos de esperanza pero sumidos en medio de la miseria y la marginación. Él, junto a los sacerdotes sacramentinos españoles Lucinio Martín, Juan Echevarría y Jesús Maiza sembraron las semillas de amor por la educación, la paz y la vida que marcarían para siempre nuestra senda. Vascos, la mayoría de ellos, incluido Luis Otaegui, que no se quedó bajó los hábitos, pues el amor, quizás bajo los influjos también de Manzanero, lo convocó y decidió casarse con una caleña que lo flechó.

Con ellos teníamos largas conversaciones en la biblioteca de la casa cural del barrio El Rodeo, que fuera la más grande invasión urbana de tierras en el occidente colombiano. Tenían razones muy fundadas para sembrar en nosotros el amor por la libertad. La dictadura franquista en España impuso a los vascos las más inimaginables y oprobiosas condiciones; ni la lengua propia podían hablar. Por ellos fuimos catequistas, pero para ir a llevar una palabra de libertad, sí, con el evangelio cristiano en la mano. Por ellos, fuimos misioneros de esperanza y de liberación para muchos habitantes de aquel barrio desesperanzado. De las homilías preparadas especialmente para la juventud y la niñez, salieron los cuestionamientos y las convicciones que luego nos harían caminar con la cabeza alta en pos de la verdad y de la justicia. Evangelio, filosofía católica, teología de la liberación, filosofía marxista, literatura, mucho fue lo que emergió en ese círculo de formación que a la luz de los candiles, puestos allí por los misioneros españoles, se constituyó.

Por ello es tan triste y duro recordar hoy que no solo fue Manzanero, que con él se fueron el Padre José Miguel Larrañaga y el Padre Jesús Maiza, cuando su obra estaba aún sin terminar, pues su madurez de misioneros los mantenía siempre pletóricos de juventud, el uno en su natal España, y el otro en su última morada misionera, Puerto Rico. Así como tanto se ha dicho de los religiosos comprometidos en actos de oprobio contra la niñez, es también un deber ético y político resaltar la vida y la obra de quienes han entregado su vida toda al servicio de la humanidad, confiados en que, de esa manera, cumplen mejor su misión ordenada por la divina providencia. Y muchos han sido los religiosos y religiosas muertos en el frente de batalla contra el coronavirus (he aquí de nuevo el escenario de la guerra).

Nosotros que “Nacimos a la sombra de las montañas /Donde ocultan sus nidos las aves negras /Precursoras tenaces de nuestro duelo/ Donde regó María sus azucenas/ Con el llanto amoroso de sus pestañas/ Patria chica, de tantos seres queridos/ Donde duerme el silencio de la llanura/ A la luz compasiva de las estrellas/ Donde aún las ciudades son como aldeas / En que todos los muertos son conocidos”, como nos recuerda el bambuco vallecaucano de Eduardo Salcedo, nos enfrentamos a un mundo que es ya la “aldea global” de la que hablara Marshall McLuhan, un planeta en el que no solo viajan veloces por doquiera las hermosas canciones de Manzanero, sino también la muerte que vuela a lomo de un invisible pero mortífero ser.

Parece que fue ayer…cuando respirábamos aún sin necesidad de máscaras y protectores, parece que fue ayer…Y, al pasar, ayer, por los predios que unen a Cali con Jamundí, vi con más claridad que el reto es inconmensurable. El verde desaparece a velocidades que no podíamos imaginar en los 70 cuando comenzábamos a escuchar las canciones del yucateco universal; poco a poco el cemento lo cubre todo. La especie humana que produce genios creadores como el artista, genera también las semillas del desastre universal. La esperanza está en la solidaridad, en la búsqueda colectiva de la salida al desastre, pero lo que vemos es la lucha de las potencias por apropiarse de la mayor cantidad de vacunas cuanto antes, que a los países del sur vaya lo que sobre…Así ha sido siempre, ¿tendremos que ver una comunidad universal recorriendo el mismo rumbo? No, si nos lo proponemos. En nuestra manos está hacer que el mundo sea mejor, con pequeñas acciones solidarias, con los demás y con el medio ambiente. Aunque ya no estamos…”/ Donde aún las ciudades son como aldeas / En que todos los muertos son conocidos”. Y con grandes acciones, logrando que los pueblos tomen el control y exijan a sus gobernantes el cambio de rumbo. No más ególatras insensibles en el poder, no más élites insolidarias, no más racistas, no más autócratas, no más enemigos de los derechos de la humanidad gobernando…no más. Un mundo mejor es posible, vital, solidario y sin pandemia.

A la memoria de los sacerdotes sacramentinos José Miguel Larrañaga y Jesús Maiza, vascos incomparables.

Cali, Diciembre 29 de 2020, después de nueve meses de pandemia, con 81.5 millones de contagiados y 1.780.000 muertos en el planeta, y 1.603.807 contagiados y 42.374 colombianos muertos por la pandemia del covid 19…y con el aumento del salario mínimo en 3.5% que hace saltar de emoción al presidente porque…”por primera vez pasa de un millón, con el subsidio de transporte”!! Por favor…y en medio de esta tragedia universal.

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