Petro insiste en dividir

En su más reciente discurso en plaza pública volvió a señalar a “los que están en contra del pueblo”. Ellos, los malos; a quienes, además, por poco nombra uno por uno.
Petro les sigue fallando a quienes creyeron que en su gobierno se retomaría el camino hacia la paz, interrumpido durante el mandato de Iván Duque.
Aunque en Medellín celebró la pronta firma presidencial de la reforma laboral —que muchos consideramos justa—, lo cierto es que su gobierno ha profundizado una polarización que podría estar relacionada, incluso, con tragedias como el atentado contra Miguel Uribe Turbay, que tiene a todo el país conmocionado.
En lugar de promover la paz, al insistir en dividirnos entre buenos y malos, Petro nos devuelve a los orígenes de la violencia: a la historia bíblica de Caín y Abel, donde dos hermanos se enfrentan a muerte luego de que Dios aceptara la ofrenda del último y rechazara la del primero, sin explicar por qué. Ser bueno era, entonces, una gracia divina.
Con la Revolución Agrícola se originaron la violencia y el patriarcado, un sistema que nos divide entre hombres y mujeres —atribuyéndoles más valor a los primeros que a las segundas—, pero también entre linajes, razas, ascendencias, sangres, familias… y, otra vez, entre buenos y malos.
En el ocaso de su mandato, Petro se consolida como un patriarca. Desconoce las circunstancias milenarias, geográficas y demográficas que nos han llevado a la violencia. Reduce la complejidad de nuestra situación política, social y económica a un puñado de “malos” a los que “el pueblo” —los buenos— debe enfrentar.
Esto sería lamentable viniendo de cualquiera, pero lo es aún más viniendo de un presidente que prometió la paz total.
A lo que queda de su gobierno bien podríamos llamarlo el otoño de Petro, el patriarca.
En Colombia urgen nuevos liderazgos: modernos, juiciosos y justos.



