Opinión

Petro prisionero

Juan Carlos Aguiar

Juan Carlos Aguiar

Periodista

Gustavo Petro ya había pasado a la historia. Con total seguridad. Lo logró el 7 de agosto de 2022 cuando se posesionó como jefe de Estado de Colombia. Era el primer presidente de izquierda en el país. El primer desmovilizado de un grupo guerrillero en ocupar el solio de Bolívar. Algo importante en un país donde miles han pasado por las filas de las Farc, el ELN, el EPL, el MRP, el ERG, el Quintín Lame. Solo por mencionar algunos grupos. Tantas guerrillas como letras tiene el abecedario. Y todos sus comandantes soñaron con lucir la banda presidencial en la Casa de Nariño, el palacio presidencial. Muchos cayeron empuñando las armas y algunos murieron de viejos, como Pedro Antonio Marín, más conocido como Manuel Marulanda Vélez o Tirofijo, fundador de las Farc; o Gregorio Manuel Pérez, alias El Cura Pérez, sacerdote español e ideólogo y comandante del Ejército de Liberación Nacional, ELN.

Pero fue Gustavo Petro quien conquistó el premio mayor, tras 30 años de haber dejado las armas.

Un hombre que, dicen quienes lo conocieron en aquella época, no brilló por ser un gran combatiente ni un estratega en la subversión. Según algunos expertos, su accionar guerrillero fue más bien opaco. Un subversivo de pocos laureles en el M-19, una guerrilla más urbana que rural y con inclinación socialista. Ese mismo joven insurgente logró más en la vida civil que mientras portó las armas.

Repito, ya había hecho historia.

Pero la ambición y la codicia cumplieron su cometido en un hombre de ego desbordado. No satisfecho con haber pasado a la historia, quiso más; y en su desmesurado deseo de lograr el «cambio» que prometió en su campaña presidencial, está llevando al país a una debacle internacional que tiene en vilo a los empresarios, inversionistas y trabajadores.

Gustavo Petro, quien había sido un brillante congresista cuando estaba en la oposición, no supo entender su lugar en la historia. Prefirió la confrontación. Esa confrontación que no vivió como guerrillero la ejerce ahora con gusto desde el poder.

Gustavo Petro se siente el nuevo Bolívar y lo demostró el día de la toma presidencial: «Como presidente de Colombia le solicitó a la casa militar traer la espada de Bolívar. Una orden del mandato popular y de este mandatario». Y así, sin ruborizarse por sus desmerecidas ínfulas de libertador, la empuñó y levantó para exhibirla en medio de gritos de «libertad».

Ese mismo Petro es el que se siente intocable y el que no se mide a la hora de buscar peleas, especialmente con presidentes de naciones amigas. Sucedió con Javier Milei (Argentina); Nayib Bukele (El Salvador); Benjamín Netanyahu (Israel); con Dilma Boluarte (Perú); con Daniel Noboa (Ecuador). Podrá tener razones para lanzar críticas a diestra y siniestra contra estos mandatarios, pero lo desmesurado y rechazable desde todo punto de vista es la forma en que lo hace.

Lejos de comportarse como un estadista o como un presidente, y usar los canales diplomáticos, prefiere la camorra, la refriega, la bronca. La pelotera diríamos en buen colombiano.

Lo terminó de demostrar con la disputa con Donald Trump, presidente de Estados Unidos, principal socio comercial de Colombia y primera potencia económica y militar del mundo.

Petro no es tonto, de esto no tiene un ápice. Por el contrario, es astuto. Él sabía perfectamente lo que hacía cuando megáfono en mano, en una calle de Nueva York, dijo de forma insolente “…les pido a todos los soldados del Ejército de los Estados Unidos que no apunten sus fusiles contra la humanidad. Desobedezcan la orden de Trump”.

La reacción fue inmediata: Estados Unidos le canceló la visa, lo que atizó la verborrea del presidente colombiano. Y Petro sabe lo que hace, sabe que en la medida en que escala su discurso contra Donald Trump explota el carácter del estadounidense, quien no se caracteriza por permanecer impávido ante las provocaciones. Es lo que Petro necesitaba, un enemigo de gran tamaño, como si Trump fuera uno de esos molinos de viento a los que envalentonado enfrentó Don Quijote de la Mancha montado en Rocinante. La diferencia es que Petro va montado sobre Colombia y sobre los intereses y oportunidades de millones de colombianos.

Tras la pérdida de la visa vino la inclusión de Gustavo Petro en la lista de la OFAC, más conocida como la Lista Clinton, una herramienta creada por Estados Unidos para luchar contra el terrorismo y el lavado de activos a nivel internacional. El presidente Donald Trump, que tampoco se mide en sus palabras —pero tiene el sartén por el mango—, afirmó que Gustavo Petro es un “capo de las drogas”, lo que no es cierto, pero aumenta una pelea en la que los grandes perdedores somos los colombianos.

De seguir por este rumbo, Gustavo Petro va a llevar a Colombia al ostracismo y la oscuridad. Sí, es cierto, hay que buscar nuevos mercados, no poner todos los huevos en la misma canasta, pero mientras esto sucede pueden pasar años. Por ahora el peligro es que el país quede hundido en el fango mientras Petro permanece prisionero de su petulancia y su megalomanía.

Ojalá el daño no sea mayor en los nueve meses que le quedan de gobierno. O que al menos quede un país por reconstruir.

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