Opinión

Enseñanzas de un amigo

Juan Carlos Aguiar

Juan Carlos Aguiar

Periodista

Se fue el domingo en la mañana, hace una semana exactamente. Partió de forma tranquila, mientras dormía, luego de decirle a su familia que estaba «preparado para un hermoso viaje». Su esposa Beatriz lo acompañó de forma incondicional hasta el último momento, como lo hizo por años, sin importarle el profundo dolor que sabía iba a sentir en el instante en que él se fuera. Él fue la mitad de su vida, el complemento perfecto de su alma. Se llamaba Adalberto Zuluaga Ramírez, así con sus dos apellidos, como siempre lo pronunció con una voz maravillosa que con el tiempo se convirtió en una de las más bellas y cálidas de la radio contemporánea en Colombia. Aunque solo tuvo un hijo biológico, también llamado Adalberto y quien le regaló a Tristán, su único nieto, nos dejó huérfanos a muchos que lo vimos como un padre mientras crecimos a su lado en un salón de clases. Fue nuestro maestro de locución en una pequeña cabina de radio de la Universidad de Manizales, donde nos mostró con paciencia los amplios vericuetos del apasionante mundo de la radio. 

Esta misma semana, en un relato que me pidieron mis amigos de la universidad para despedirlo, escribí que lo increíble es que Adalberto nos enseñó muchísimas cosas, pero jamás nos preparó para entender que algún día se iría, así lleváramos años sin verlo. 

Su partida fue un golpe doloroso que me hizo pensar en lo vulnerables que somos los humanos, algo que estos meses inciertos que hemos vivido se han encargado de refrescar en el inconsciente colectivo. En el último año hemos sido víctimas de los miedos más profundos, hemos entendido que ese tesoro llamado tiempo hay que valorarlo al máximo, porque si hay una verdad tajante es que ninguno sabe cuándo se le acabará. Nos aterra hablar de la muerte, pero descubrimos que está más cerca de lo que quisiéramos conocer. Lo sabemos y lo entendemos tan claro que es lo único que no queremos aceptar.  

La partida de Adalberto nos acercó mucho más a los amigos que hace más de veinte años disfrutamos de sus enseñanzas, y nos permitió reconocer que hay personas a nuestro alrededor que valen mucho más de lo que cualquiera imaginaría, si se tomara unos instantes para analizarlo. Nuestro paso por este mundo es tan efímero que la inmensa lucha que todos deberíamos dar en la vida es la de servir para, desde allí, construir un legado que por ser intangible es el que realmente queda para la posteridad. Increíblemente vivimos en una sociedad extraña que, a mi parecer, evalúa de forma equivocada el éxito. Lo miden desde la riqueza material, desde las propiedades, desde los títulos que engalanan una pared, pero que no construyen mejores seres humanos. El éxito, sin lugar a duda, debería ser medido desde la forma en que logran impactar positivamente a quienes están a su alrededor. Seguramente ustedes tienen, sin descubrir, a muchas personas que han marcado huella en sus caminos. Ojalá esta difícil experiencia llamada Coronavirus, que nos ha arrebatado la posibilidad de vivir como estábamos acostumbrados, nos haya permitido la posibilidad de darnos cuenta de que es el momento perfecto para regresar a lo básico, a la familia, a nuestros hogares. En un video que nos hizo llegar Adalberto hijo, nos recordó que su padre siempre defendió que «lo más importante son los valores, la ética, la moral y el conocimiento». Si logramos regresar a ellos, desde lo profundo de nuestras familias, tendremos mayores oportunidades de redirigir el rumbo de nuestra sociedad para consolidar una Colombia mucho mejor que la que nos ha tocado: respetuosa, incluyente y tolerante. 

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