Cali, presa del ruido

Cali es una ciudad cuya naturaleza ligada a la rumba, pone al ruido como parte de toda actividad. Todo lo que se realiza en la ciudad, de una manera u otra, termina acompañado de música y, en muchos casos, de baile. Esa es la alegría característica que acompaña al caleño y que hace que cualquier encuentro, por pequeño que parezca, se convierta en todo un evento, en un derroche de diversión… y de ruido. Y Cali no es la única, si somos honestos.
Pero la alegría no puede ir siempre acompañada de ruido sin control. Debemos aprender que muchas cosas pueden ocurrir al interior de los lugares, no a la vista o al oído de todos, con mayor razón, cuando se realizan de manera frecuente. Es hora de entender que, por muy amables que seamos, no tenemos por qué soportar a ese vecino ruidoso que le gusta hacer fiestas cada fin de semana; ni tenemos que comprender los motivos que llevan a cualquiera, a encender el equipo de sonido a cualquier hora de la noche o de la madrugada y hasta el día siguiente, para continuar la rumba; mucho menos, tenemos por qué soportar el ruido permanente que genera el bar o la discoteca que abrieron en la cuadra y que nos mantiene en vela todos los jueves, viernes y sábados. Merecemos respeto y debemos respetar a los demás, regla básica de convivencia.
Por eso es que, la semana pasada, Cali tuvo un duro golpe en su idiosincrasia. Desde hace unos años, La 66 Central Park se había convertido en un espacio donde artistas de todas las latitudes, se presentaban, deleitando a los caleños. Infortunadamente, este lugar no contaba con las condiciones apropiadas para ser el lugar idóneo para los eventos que realizaba, a pesar que, de manera sospechosa, contaba con todos los permisos que decían que sí lo era.
Vale aclarar en este punto, que La 66 Centra Park, se encontraba ubicada en un lote confiscado al narcotráfico por la SAE, Sociedad de Activos Especiales, en medio de una zona residencial donde habitan más de 3000 personas. Este lugar, como su nombre lo indica, era una carpa como las carpas de circo, con las mismas características: un techo sin paredes. Allí se realizaban conciertos para 4000 personas y, como es de suponer, todo el ruido que se generaba, salía, porque no había medio de contención. Lo curioso es que una autoridad ambiental como es el Dagma, dijo durante todo el tiempo que, en el exterior, no se registraban más de los decibeles permitidos por la norma, a pesar de que en las viviendas vecinas, los vidrios de las ventanas cimbraban sin parar cada que había un evento.
Después de años de lucha y cientos de noches sin dormir, la comunidad triunfó con su petición y la también llamada Carpa La 66, debió trasladarse. Lo curioso de esto es que, a pesar de que el propietario del lugar había dicho que no había otro espacio para realizar sus eventos, en menos de 24 horas no sólo consiguió el lugar, también lo adecuó y, como sorpresa, obtuvo los permisos para realizar todos los conciertos programados para la semana de feria. Todo esto lo logró en el sector de Juanchito, municipio de Candelaria, que en otrora había sido el lugar favorito para la rumba de los caleños. Allá, lejos de todo y espero que, sin afectar a nadie, continúa el rumbón.
Este episodio debe convertirse en un llamado a la sensatez. Ahora, con la ley contra el ruido aprobada, es hora de que tomemos conciencia de lo que pasa a nuestro alrededor y cómo nos afecta. No sólo debemos exigir respeto por nuestro espacio, por la sana convivencia y el sano descanso, también es importante que comencemos a ser conscientes del impacto que generan en los demás, todos nuestros actos. No podemos continuar pensando que, como es “de vez en cuando”, tenemos el derecho a perjudicar el sueño de quienes están a nuestro alrededor: Tampoco podemos pensar en que, como es de día, podemos poner el parlante en la puerta del negocio para atraer clientes. No podemos normalizar el abuso.
Cali es una ciudad alegre y de por sí ruidosa (carros, pitos, camiones, buses), lo reconozco, pero creo que todos los colombianos podemos aprender a ser conscientes de lo que ocurre a nuestro alrededor y comenzar a generar cambios: controlar el volumen del equipo de sonido del carro, del bafle en la fiesta o reunión que hacemos en casa; podemos aprender a que sólo visitamos discotecas o bares cerrados e insonorizados o que se encuentran a las afueras de la ciudad; podemos, en sitios públicos, ver el celular a bajo volumen o con audífonos; enseñemos a nuestros niños a que se puede disfrutar de los espacios y las actividades a bajo volumen. La estridencia no tiene por qué ser sinónimo de alegría.